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[OPINIÓN] Hernán Díaz: “Una democracia que pierde la batalla”
“Y así están las cosas, gente perdiendo sus casas o la vida por fenómenos climáticos adversos que no son sino el resultado del efecto invernadero, ese que tantos líderes mundiales se empecinaron en negar, empezando por el hoy procesado Donald Trump”.
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Qué difícil se la ponen a la población. A esa que al acostarse no tiene certeza de lo que al día siguiente afrontará. Si una lluvia torrencial, la activación de una quebrada, un nuevo virus pandémico, un intento de violación o simplemente una puñalada directa al corazón, por no dejar que limpien el parabrisas; y todo eso mientras en el otro canal debe soportar con la náusea que a todos nos provoca que casi todas esas 130 personas elegidas para guiar el destino del país se la pasen viajando por el mundo, negociando acuerdos subrepticios; personajes de mala entraña que, al más fiel estilo del lumpen callejero, contratan personal fantasma para quedarse con sus sueldos.
Y así están las cosas, gente perdiendo sus casas o la vida por fenómenos climáticos adversos que no son sino el resultado del efecto invernadero, ese que tantos líderes mundiales se empecinaron en negar, empezando por el hoy procesado Donald Trump; niñas y mujeres jugándose la vida o la salud saliendo a estudiar o trabajar y rezando por no cruzarse en el camino con algún criminal que las quiera atacar; gente que, aún procesando el luto que el COVID-19 generó, sale a buscar empleo mientras lee titulares en la prensa que solo reafirman su desesperanza en el sistema, en la política y en las autoridades.
Y es que, en el Perú, la democracia está perdiendo la batalla. La está perdiendo abrumadoramente. Porque quienes fueron llamados a generar progreso y libertad en ese sistema llamado democracia, han fallado estrepitosamente; consiguiendo que el repudio no sea solamente a sus nombres o fotografías, sino al sistema que se supone representan.
Y cuando la democracia se hace débil y pierde toda credibilidad, la desesperanza reclama a gritos un puño cerrado, una voz grandilocuente, un fusil que todo lo puede, lo cual, en la práctica, es una puerta abierta al fanatismo que alimenta los extremos, aunque nadie lo quiera aceptar.
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