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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi,Opina.21glombardi@peru21.com

Católico practicante, de misa y comunión diarias, llegó a encumbrarse en el poder gracias a la influencia de Pío XII en la Italia de posguerra. Conocido por sus admiradores como 'Il Divo' y por sus detractores como 'Belcebú', estableció relaciones estrechas tanto con los Estados Unidos como con el Vaticano, pero su vínculo más rentable fue con la Cosa Nostra, la camorra siciliana encabezada entonces por Totó Riina, el más sanguinario de los capos mafiosos, con el que selló su alianza mediante un beso en la mejilla durante una visita a Palermo en 1983.

Fue acusado de instigar el asesinato de Mino Pecorelli, periodista que investigaba los manejos financieros de la logia masónica P-2 y juzgado por su asociación con la mafia, aunque finalmente, en 1999, no pudo ser condenado por "prescripción del delito" (¿les suena conocido?). Pero quizá su peor crimen fue dejar que las Brigadas Rojas asesinaran a Aldo Moro, disfrazando de intransigencia a negociar con terroristas su íntimo deseo de que desapareciera de la escena pública el único político que podía disputarle el poder.

La mejor descripción de la trayectoria política –y mafiosa– de Andreotti puede encontrarse en el magnífico libro de Peter Robb Medianoche en Sicilia. Allí lo describe como: "Un hombrecito listo, escuálido y jorobado, de orejas triangulares que sobresalían de la cabeza como las de un murciélago. Era una rata de sacristía que se había pasado la guerra en el Vaticano." Muerto Andreotti, su herencia está viva. El libro de Robb lo prueba, y la actual situación política de Italia lo confirma. Ojalá pudiéramos aprender de la experiencia ajena.