Alberto Fujimori está internado en la Clínica Centenario hasta estabilizarse.
Alberto Fujimori está internado en la Clínica Centenario hasta estabilizarse.

El Poder Judicial anuló el indulto que Alberto Fujimori recibió en la víspera de la Navidad pasada. Los argumentos que sostienen la sentencia son, de acuerdo con varios expertos, pulcros: Fujimori recibió un indulto humanitario, no uno político. Esta especificación demanda el cumplimiento puntilloso de un proceso que, de acuerdo con el magistrado Núñez, se dio de manera viciada. Varios miembros de Fuerza Popular, dicho sea de paso, se han encargado de recordar estas faltas procesales desde diciembre hasta hace solo semanas.

Una vez que se hubo conocido el destino de Fujimori, se desató, como era de esperarse, un virulento debate. Mientras se esgrimían argumentos a favor y en contra de la sentencia y se encontraban posturas con respecto a si debía o no Fujimori volver a prisión, un buen grupo de gente estalló en júbilo en las redes sociales. Celebrarían, finalmente, la Navidad que no habían podido celebrar. Era un día de fiesta, un momento de placer. Éramos muy derechos. Pero… ¿fuimos tan humanos? A mí, celebrar la reclusión de un anciano me parece inhumano.

No digo que me parezca justo o injusto lo sucedido –no en esta nota, al menos–. Solo digo que celebrar el dolor de un enemigo derrotado y escupir sobre su miseria no engrandece a ninguno. Nos encoge, más bien. Nos convierte en pigmeos morales que danzan, sádicos, alrededor de una tumba ajena. ¿Qué había que celebrar? ¿Que un hombre enfermo quizá deba morir en prisión? Dudo que esa felicidad haga justicia por los muertos de Barrios Altos o de La Cantuta; ni siquiera cuando Morote y Liendo volvieron a la reja se hizo fiesta.

El jueves se supo que Daniel Urresti había sido absuelto de la acusación de ser uno de los asesinos del periodista Hugo Bustíos. Una portátil celebraba la inocencia de Urresti. ¿Qué había que celebrar? La familia Bustíos aún no encuentra justicia. Las muertes de Primigenia Jorge y su hijo de 6 años –que cruzaron los caminos de Urresti y Bustíos en Erapata en 1988– siguen impunes y nadie caza a los asesinos. Si el colegiado acertó, asesinos siguen sueltos e inocentes podrían estar presos. ¿Quién podría estar feliz por algo de esto?

La poca empatía que nos hemos mostrado es un recordatorio de lo mucho que nos queda por curar en nuestra sociedad: un amasijo de cicatrices y tajos de los que, claramente, no nos hemos recuperado y que impiden todavía que los sentimientos más nobles florezcan y nos elevemos, así sea un poquito. Ni reír ni apedrear, que la manera en como tratamos a quienes vencemos define quiénes somos. O, al menos, quiénes aspiramos a ser.

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