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Lecciones de la cuarentena III

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Después de reflexionar sobre posibles aprendizajes de esta situación como comunidad (país) y para las organizaciones, comparto pensamientos sobre lo que nos puede dejar esta crisis en lo personal y familiar (a partir de mi experiencia).
Uno: la familia. No vivo con mis hijos pero trato de verlos todos los días. Lo más duro del aislamiento ha sido no poder cumplir esa rutina. También con mi madre, hermanos y sobrinos. Cuando la interacción naturalmente cotidiana se vuelve imposible, se intensifican los afectos. Y aflora la posibilidad, incluso para quienes fuimos educados para lo contrario, de expresarlos con cierta impudicia. Los amo. Los extraño. Me muero por verlos nuevamente, pronto.
Dos: los amigos. Son la familia escogida. Tal vez al contrario que con la biológica, la cuarentena me ha permitido interactuar un poco más frecuentemente con ellos que de costumbre (remotamente, claro: WhatsApp, llamadas, videollamadas y hasta reuniones remotas con brindis de por medio). Momentos que nos hacen ver que toda la parafernalia social no es indispensable para divertirse. Sí los amigos entrañables.
Tres: uno mismo. ¿Cuánto nos alejan la rutina cotidiana y la hiperactividad laboral de la saludable introspección? Qué importante disfrutar, a pesar de las dificultades operativas, el quedarse a trabajar desde casa, atenderse uno mismo, escuchar y oler una fresca lluvia de otoño que desde la ventana nos trae recuerdos de otros tiempos y lugares. Valorar muchísimo más el trabajo que damos por sentado de quienes nos ayudan en la casa y en las calles (policías, basureros, limpiadores de calles y, por supuesto, personal de salud).
Sentir, en suma, con total conciencia, la realidad intensa de estar vivos, incluso cuando aislados.
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