Vladimir Putin (AP)
Vladimir Putin (AP)

Vladimir Putin fue elegido por la oligarquía rusa que acompañaba al ex vicepresidente Boris Yeltsin para sucederlo en el cargo un lejano día de 2008 cuando se le otorgó el puesto de primer ministro para prepararlo como sucesor del ya crónicamente ebrio ex líder ruso.

Los millonarios empresarios que dominaban la Rusia de post Guerra Fría estaban convencidos de que el joven abogado y economista asesor en la Alcaldía de San Petersburgo sería controlado por ellos, aunque gracias a su experiencia en la KGB –la policía de inteligencia y de represión soviética– Putin sería percibido como un presidente enérgico. Lo que nunca sospecharon los oligarcas es que Putin desmontaría el poder de sus “padrinos”, estatizaría muchas de sus empresas y perseguiría a los no obedientes encarcelándoles u obligándolos a exilarse.

Lo que no imaginaría el mundo es que Putin sería más parecido a Stalin (con sus purgas y asesinatos en el exterior como el de Trotsky) que a Gorbachov (último líder soviético contrario al uso de la represión), y que aparte de una larga lista de matanzas de disidentes, encarcelamientos, torturas y políticas represivas en Rusia, Putin también ordenaría asesinatos en el extranjero, como el reciente envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal y de su hija con un tóxico químico en Londres; o el veneno de Polonio 210 que mató de cáncer al también espía disidente Alexander Litvinenko en 2006 y el de varios magnates rusos también en Reino Unido.

El ajedrecista ruso Gary Kasparov, ex candidato presidencial, advirtió que votar en Rusia es una gran mentira: “Dejemos de llamar elecciones a lo del domingo y a Putin presidente, es un dictador”. ¡Y cruel!, como lo saben sus rivales rusos y sus víctimas de Chechenia, Ucrania, Siria, etc.

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