(USI/ Referencial)
(USI/ Referencial)

La desigualdad de género impacta en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Les roba a las mujeres oportunidades, les pone más trabas y obstáculos para alcanzar sus metas y, peor aún, en muchas ocasiones, las condena a una vida peor cuando no las mata (como ha sido el caso reciente de esta criatura de trece años que murió esta semana pariendo al fruto de su violación).

Los datos son claros. El 30% de mujeres limeñas declara haber sufrido acoso sexual en el transporte público. En el Callao, el 55.6% de chalacas se sienten inseguras, mucho más que el 37.4% de chalacos que dicen lo mismo (18.2 puntos porcentuales de diferencia). De hecho, en Lima ser mujer es el segundo motivo de discriminación luego de haber sido discriminado por su situación económica. Las mujeres suelen caminar más que los hombres ya que en sus desplazamientos diarios se suman las labores de cuidado (de niños y ancianos), que se encuentran aún, principalmente, en sus manos. Por último, la brecha salarial es de 554.4 soles. Es decir, los hombres ganan, en promedio, más de quinientos cincuenta soles que las mujeres. Todos los meses. Cabe recordar que solo tenemos una alcaldesa en Lima y Callao. Una de cincuenta.

Desde las ciudades se puede hacer mucho para acortar las brechas entre hombres y mujeres, desterrar el machismo, prevenir la violencia y ofrecer protección cuando se necesite. Las políticas locales son, por su propia naturaleza, las más cercanas a la población. Las mujeres, que siguen siendo vulneradas diariamente, necesitan autoridades que decidan comerse el pleito y que establezcan protocolos adecuados de actuación ante agresiones, acoso callejero y violencia sexual. La tolerancia cero es obligatoria ante estos hechos. Siendo además el rol de la mujer preponderante en las posiciones de liderazgo en las juntas vecinales y espacios comunitarios (vasos de leche, comedores populares y wawa wasis), es clave que los distritos ofrezcan no solo soporte en estas redes sino que diseñen la ciudad de forma segura para las mujeres y niñas. Es decir, parques, plazas, calles y transporte que no les recorte su libertad. Sino todo lo contrario, que les de alas para volar alto.

La revolución urbana es inminente, pero esta no será posible si no es también feminista. Solo de esa manera podremos transformar nuestras ciudades en lugares seguros y libres para niñas y mujeres. Necesitamos ciudades feministas porque, como se demuestra cada día, no es suficiente lo que se viene haciendo, pues nos siguen matando.