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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

En 2009 me llegó una beca desde Argentina para estudiar Cine y huí a Buenos Aires, dejando la universidad de lado por un tiempo y sin la aprobación de mis padres. Luego de casi un mes de estudios en una escuela bonaerense de cine, tomé una mochila y me largué a recorrer Sudamérica. El tráiler de mi vida en esos años se iba revelando, la banda sonora era Fito Páez en todas mis rutas, hasta que abandoné la carrera para la que había sido becado por seguir con mis viajes. En ese tiempo me enamoré, fui asaltado en la ruta, fui testigo del asalto de un banco en mi primer día en Buenos Aires, me perdí docenas de veces y finalmente, en Brasil, sin dinero, llamé a mi padre con monedas que gané cantando en bares brasileños para decirle que no tenía cómo volver y que había abandonado la carrera. Él, que pensaba que seguía en Argentina, estalló, y furioso gritó "mañana vuelves a Lima". Días después, ya estaba en Perú. Cada vez que los cineastas lanzan una nueva película, nosotros, los que vivimos en la realidad, los sorprendemos con sucesos mucho más aptos para una nominación al Oscar. Me he recostado a ver tantas películas de acción, drama, suspenso y terror psicológico que me han impactado tanto que uno siente que el cine cumple su función a cabalidad, mostrarnos la realidad y sus formas de ficción y reflexionar sobre eso, pero luego, al ver los noticieros y salir a las calles, las películas quedan atrás. Creo que la sensación de proximidad es lo que logra que un suceso nos impacte más que una película del mejor director y con los mejores argumentos. En la vida real solo basta aprender a mirar a nuestro alrededor con atención de cinéfilo porque simplemente somos guionistas de nuestros momentos, productores de nuestros actos y directores de nuestra vida, y es que la vida es un gran estudio de grabación donde nosotros damos el grito de "acción".