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Christian Saurré: El club de la pelea
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Cuántas veces fuimos testigos o protagonistas de una buena pelea escolar. Yo ya no me acuerdo. Estudiaba en un colegio militar donde un estudiante de mi contextura física –flaco como una rama– luchaba por sobrevivir. A principios del año 2000, cuando entraba a la secundaria, la cosa se fue acentuando. Había que pelear por todo: la cancha de fútbol, la de tenis, espacio para la biblioteca, los libros, el puesto en la banda de músicos, el chico o la chica que nos gustaba; todo era una pelea.
Pelear es el ritual de conseguir lo que se quiere a como dé lugar. De buenas o malas formas. Claro que hay aquellos que pelean por diversión o por el simple hecho de sentirse superiores. En la escuela, la universidad o el trabajo hay quienes se disfrazan de los rudos del lugar y tratan de atemorizar a las personas con el único fin de ocultarse detrás de la cortina de su inseguridad, y esto sucede hasta en la política: un candidato que llega a atacar a su entrevistador desde el saque es lo que he visto en varias oportunidades en estos últimos días de campaña electoral.
Las peleas son miniguerras que todos vivimos, y sobrevivir es una cuestión mental donde el físico, a diferencia de mis días de escuela, no tiene nada que ver. Las disciplinas o artes marciales son exactamente eso, una forma de canalizar nuestra energía para las peleas y convertirlas en una alegoría de la guerra, algo obviamente más saludable que la guerra misma y donde la fuerza mental toma el protagonismo de la situación. Es lo que podemos llamar 'ganar la guerra antes de iniciada'. En la escuela, mi físico no me permitía usar la fuerza para ganar peleas, así que no me quedó otra opción que atacar la parte mental: el poder de convencer a compañeros de clase que parecían la versión peruana de Jean-Claude Van Damme de que yo no era presa fácil funcionaba. A fin de cuentas, pelear con la mente duele menos.
(christian.saurre@peru21.com)
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