Todos los candidatos nos ofrecerán medidas para lograr más crecimiento. Que gane el mejor y que el crecimiento aumente. Pero lo central será que este siga siendo un crecimiento inclusivo, que genere protección para los más vulnerables y oportunidades para que cada individuo, familia y empresa pueda progresar.
El Perú del 2016 es distinto al del 2011, así que necesitamos repensar las rutas para lograr que el crecimiento siga siendo inclusivo. Una ruta obligada es asumir el desafío del desarrollo rural y del desarrollo de la pequeña agricultura. Si logramos entender las dinámicas del medio rural y apoyar su desarrollo, tendremos una política productiva (diversificada) que complementará lo avanzado por los programas sociales en cuanto a la protección de los más pobres, dándoles una ruta para superar esa condición y la oportunidad de contribuir al crecimiento.
Sabemos que esta combinación funciona, que da resultados: promoción y protección. Hay que conocer más de lo que pasa en el campo, de lo que ya hacen, ya tienen y quieren los pobladores rurales y sus familias. Solo ahí podremos identificar cómo potenciar sus emprendimientos, cómo apoyar sus apuestas y sus sueños.
Las claves parecen ser las de siempre: flexibilidad, pues no a todos les sirven las intervenciones de talla única, de paquete fijo; conectividad e información; inclusión financiera; acceso a activos productivos –agrícolas y no agrícolas–, tecnología y capacidades. Nada de esto es nuevo, la clave está en que todo esto llegue a la vez, al mismo lugar, a la misma gente y llegue a muchos, ahí es donde cambia la cosa.
Somos un país con una clase media vulnerable y urbana que requiere innovaciones y nuevas políticas para lograr consolidarse. Pero mientras avanzamos en ello, propongámonos también la promoción de una clase media rural, sólida, incluyente e integrada. Ahí veremos un quiebre en la lucha contra la pobreza.
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