(Foto: Violeta Ayasta/GEC)
(Foto: Violeta Ayasta/GEC)

Manuel Goreiro tiene 6 años y vive en Buenos Aires. En clase suele ser torpe, pero es el que mejor sueña sus historias. Cuando sube en tobogán, imagina que es un magnate por partir en avión. Cuando sus amigos se van de veraneo, hace que el lavatorio del patio sea su piscina. Imita a los aristócratas con un yoyó a modo de reloj de bolsillo. Trabaja en la bodega familiar porque tiene hambre de prosperar.

Una tarde lo invitaron a jugar. Se entretuvo con uno de esos carritos que se movían a cuerda. Giró, giró y giró la llave hasta que rompió el mecanismo y saltaron engranes y resortes. Mafalda lo crucificaba con la mirada. Entre los despojos, Manolito tomó una pieza y la hizo bailar. Mirá, un trompito, y agregó con filosofía: esas son las pequeñas ganancias de las grandes pérdidas.

Las pérdidas por la epidemia son inmensas. Intentando alivio gastamos hasta lo que no teníamos. Para cuando haga falta más, ya no tendremos de dónde, porque el Perú, como mucha de su gente, ha perdido trabajo. Es lo que pasa cuando se postergan proyectos mineros por no haber resuelto conflictos sociales o ambientales; cuando las obras de infraestructura se paralizan porque ningún funcionario toma decisiones por miedo a ser acusado de corrupción, o cuando se ahuyentan inversiones privadas porque Gobierno y Congreso andan embrocados y convierten encuestas en leyes para ver quién gana más aplausos. Cuando las cosas se pongan peor, tendremos que pagar más impuestos para recuperar ahorro fiscal y amortizar la deuda pública. Agregue incertidumbre, que está de moda porque, muy socráticamente, no sabemos nada.

No obstante, la brutalidad de la epidemia puede enseñarnos una pequeña ganancia. Puede convertirnos en contadores de nuestras propias historias. Magdalena Sánchez Blesa, en “Instrucciones a mis hijos”, pide que no pasemos delante de un hombre sin preguntarnos qué sueño le inquieta, qué historia le empuja, qué pena le envuelve, qué miedo le para, qué madre lo tuvo, qué abrazo le falta, qué rabia le ronda, qué envidia le apresa. La epidemia ha desnudado las miserias y las grandezas de la vida cotidiana.

Si las interrogamos bien, podemos conocernos mejor y descubrir cuál es la historia que nos gusta. En ella no importarán los finales felices, sino el coraje en el camino para alcanzar el sueño que promete. Lo que valdrá, sobre todo, será enamorarnos de ese personaje que queremos ser, casi siempre un héroe.

Así, cada historia individual será mejor. Así, la suma de todas ellas hará que nuestra historia nacional también sea mejor.

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