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Canciller de yerro
“Y a su renuncia, exigida por Perú21 el viernes último, le siguió la del embajador peruano en ese país, Gustavo Meza Cuadra, quien a no dudarlo también tenía vela en ese vergonzoso entierro”.
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La canciller Ana Gervasi tuvo que irse por la puerta trasera de Palacio de Gobierno luego del papelón protagonizado por la presidenta Dina Boluarte con la anunciada y nunca concretada cita bilateral con el mandatario de EE.UU. Joseph Biden.
Y a su renuncia, exigida por Perú21 el viernes último, le siguió la del embajador peruano en ese país, Gustavo Meza Cuadra, quien a no dudarlo también tenía vela en ese vergonzoso entierro. A diferencia de Gervasi, por lo menos él sí asumió su responsabilidad en el desaguisado, al haber sido su despacho el que preparó la visita de Boluarte a Washington
La ministra saliente se incineró solita al poner las manos al fuego por el viaje en reiteradas oportunidades, anunciando ese fantasioso encuentro para intentar darle un marco de veracidad a la agenda con la que convencieron al Pleno del Congreso. Ella misma aseguró ante quien quiso oírla que la cita era “oficial”: no una sino varias veces.
Un recurseo criollo inexplicable, tratándose de una diplomática de carrera. ¿Cómo es que se le pudo haber ocurrido que la verdad no iba a terminar saliendo a flote tarde o temprano? ¿O es que la canciller pensaba que iba a poder sacarle una cita a Biden digamos que abordándolo en los pasillos de la institución donde se realizaba la cumbre de la APEP?
Gervasi había solicitado presentarse ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso para dar explicaciones sobre este negado encuentro bilateral, pero se le exigió, en cambio, que se presentase ante el Pleno del Congreso, ya que en esa instancia se autorizó el viaje de la presidenta.
Todo indicaba que algunas bancadas por fin se mostraban dispuestas a ejercer sus tareas de fiscalización, convocando y eventualmente interpelando a la ahora ya defenestrada canciller. Así las cosas, a Gervasi no le quedó otra salida que renunciar, aunque en su carta de despedida ni siquiera se toma la molestia de insinuar una dilucidación sobre lo acontecido.
El nivel de la diplomacia peruana ha quedado, pues, en entredicho debido a este desafortunado episodio, más propio de la cultura chicha que del rigor con que se debe manejar la imagen internacional del Perú. Cabe esperar que quien la reemplace le devuelva a Torre Tagle una conducción seria y respetable.
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