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Redacción PERÚ21

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Juan José Garrido,La opinión del directorSe calcula que el cigarrillo promedio contiene cerca de 4,000 productos químicos, la gran mayoría de ellos cancerígenos. Alquitrán y nicotina son los más conocidos; no obstante, podemos sumar a la lista nomenclaturas aún más preocupantes: arsénico, tolueno, amoníaco, metanol, DDT y plomo, entre los otros miles de productos tóxicos.

No son pocas, por lo tanto, las distintas formas de cáncer (y múltiples enfermedades crónicas) relacionadas al consumo de tabaco: mueren al año cerca de 6 millones de personas, y se calcula que durante el siglo XX murieron cerca de 100 millones. Para tener una cifra comparativa, todas las guerras del siglo XX sumaron cerca de 160 millones de muertos.

Nadie es ajeno a esta información; de hecho, 97% de los encuestados por la empresa global Gallup están al tanto de ella, y sin embargo –todavía– el 20% de la población adulta fuma. No sólo eso: el consumo de cigarrillos crece año a año, así como suben las acciones de las principales productoras de tabaco.

¿Cómo se explica esta dicotomía? Siendo el consumo de cigarrillo tan ampliamente relacionado a las peores enfermedades y muertes –fotos extremadamente gráficas en cada cajetilla– dolorosas, ¿por qué para algunos es tan difícil apagar ese último cigarrillo? Peor aún, ¿qué lo lleva a prender el siguiente? Es, como dicen muchos, ¿tan sólo estupidez o simplemente adicción?Tanto economistas como científicos del comportamiento han asociado dicha conducta a una situación de inconsistencia temporal, aquella donde las preferencias de una persona cambian en el tiempo de tal manera que una preferencia, en un punto específico en el tiempo, es inconsistente con las preferencias en un tiempo distinto, normalmente futuro. En el caso del fumador, se explicaría así: sabiendo que en 30 años el vicio traerá consigo una serie de inconveniencias médicas, ese cigarrillo que está prendiendo no brinda costo médico alguno. Será, posteriormente, que el fumador pensará "¿por qué no dejé el cigarrillo antes?". Es, entonces, el típico caso donde una persona actúa de una manera que sabe es perjudicial en el largo plazo, porque en el corto los costos asociados no son suficientemente altos.

Pues algo de eso pareciera ocurrir al observar la conducta del mandatario, Ollanta Humala. No importa cuánto caiga en las encuestas de popularidad, cuánto los distintos estudios identifiquen su errático comportamiento como esencial en dicha desaprobación, y cuánto el comportamiento actual vaya a traerle problemas en el futuro (desde políticos hasta legales), el presidente no pierde oportunidad de agredir a sus opositores, polarizar a la población en cualquier tema o refregar un comportamiento reprochado por la mayoría.

Y es que, valgan verdades, asombra la facilidad con la cual el presidente Humala pasa de una crisis a otra sin dejar ese estilo y discurso confrontacional. Cualquier extranjero creerá que nos encontramos en época electoral, cuando faltan más de dos años para regresar a dicho ambiente. No sólo es el estilo y el discurso, solamente; también son los objetivos de su hostilidad. La verdad es que, para alguien que estará fuera del poder en corto tiempo, asombra la facilidad con las cuales se abren enemistades, más aún sabiendo que distintas formas y acciones de este gobierno son consideradas extra-institucionales.

¿Es posible que el mandatario no mida las consecuencias de dichas actitudes? ¿O es que se comporta más como un fumador, que entiende los costos que asume en el largo plazo pero le importan más los placeres del corto plazo? Y si es así, ¿cuáles son las estrategias defensivas o esperanzas futuras? El fumador no piensa en la noticia (o cree que no escuchará la palabra con "C"), empero piensa (y espera) que encontrarán una cura a tiempo. Y si no, allí estarán los servicios de salud y el conocimiento que manejan sobre dichos males. En otras palabras, cuenta con un Plan B (malo, pero al menos existente). ¿Cuál es el Plan B del presidente para el periodo post-2016?

Todo esto nos lleva a un corolario de escenarios: o el presidente cree –legítimamente, equivocado o no– que toda acción actual del gobierno se enmarca en la Constitución y las leyes, o que puede tender relaciones con alguna importante facción política que defienda en el futuro lo actuado, o considera que tienen suficientets probabilidades de continuar en el poder –democráticamente, esperamos– en el futuro inmediato. Las tres opciones, si se revisan desapasionadamente, no son las más probables que digamos.

Así como el fumador es el único que debe apagar ese último pucho a tiempo, será siempre el presidente quién tenga la primera oportunidad de cambiar el ambiente que vivimos. Eso, o estaremos ante el cáncer finalmente.