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Redacción PERÚ21

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La congresista y premier Ana Jara tiene una gran dicotomía por delante: servir a sus electores, y por ende a la política peruana, o servirle a la pareja presidencial como pararrayos y encomendera; lamentablemente, todo apunta a que en esto –como en muchas otras cosas– no podrá comerse la torta y tenerla consigo en simultáneo.

Para la gran mayoría de analistas, es la principal carta política del nacionalismo; para los peruanos, según nuestra última encuesta Pulso Perú (que hoy publicamos), debería ser la candidata del oficialismo en las elecciones generales del 2016. Y si bien los ministros encuestados no gozan de una gran popularidad, la premier Jara se mantiene por encima del 30% de aceptación; sobre esta es que ella debe capitalizar.

Dicha capitalización, por supuesto, solo será posible si cumple su encargo en alineamiento con los peruanos. Por razones –para todos obvias–, esa línea no es paralela a la de Palacio. Debería estar, pero no lo está; la cúpula del poder tiene como objetivo central, hoy, llegar al 2016 con el menor desgaste posible, lo que significa tapar cualquier investigación y mantener a raya a la oposición política (cuya tarea, a la inversa, es procurar infligir el mayor daño moral posible para tentar con mayores posibilidades el poder en el 2016).

Así las cosas, la premier Jara tiene que escoger entre dos caminos: seguir en la suicida tarea de defender (obstaculizando, cuando sea necesario) al gobierno, pase lo que pase y haga lo que haga, o tomar cierta distancia e independencia, enfocarse a pleno en su rol como premier (primer cargo de responsabilidad política) y así cumplir con los peruanos, reforzando de esa manera la esperanza de algunos de verla en la política por mucho más tiempo.Por lo pronto, la cosa apunta al primer sendero. Siempre, como sabemos, hay tiempo para corregir y reencausar al barco.