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La burocracia del verbo
Generaciones enteras lucharon para poder cuestionar libremente.
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Roberto Lerner,Espacio de crianzahttp://blogs.educared.org/espaciodecrianza/
Generaciones enteras lucharon para poder cuestionar libremente. Ninguna verdad, institución, grupo o persona está más allá del escrutinio intelectual, el debate y el sentido del humor —lo que el ajo a los vampiros para todas las dictaduras— y sus expresiones públicas. La irreverencia es consustancial a la democracia, que regula sus excesos, pero siempre prefiriéndolos a la posibilidad del silenciamiento, la censura y la represión.
En los últimos años las sociedades más liberales se han vuelto ultrasensibles a la palabra. Una burocracia del verbo supervisa pronombres, adjetivos, sustantivos, conjugaciones y concordancias. Si un grupo se siente herido por expresiones —también imágenes o caracterizaciones— puede ponerlas al margen de la ley, cobrar por el supuesto daño o sacarlas de los manuales de civilidad.
Una suerte de diccionario light, equivalente al menú sin gaseosas, licor, fritura, sal y azúcar; o la góndola con juguetes absolutamente seguros, con los que supuestamente evitaremos enfermedades y accidentes.
¿Pueden las palabras hacer daño? Claro que sí. Como judío y psicoterapeuta me sobran los ejemplos trágicos. Pero quienes deben ser protegidos contra el uso abusivo y sistemático de las palabras, a través de los mecanismos que proporciona la ley o la remediación, son individuos y grupos concretos.
Los conceptos, las categorías, las identidades, los dogmas, las costumbres, los personajes, los cargos, deben resistir y ser defendidos con palabras a los embates, también verbales, del humor, la lógica y la irreverencia.
Prefiero el peligro de casos discutibles a la letanía de sinónimos rebuscados y verbos pasteurizados.
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