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Redacción PERÚ21

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Juan José Garrido,La opinión del directorParte importante del impulso científico y epistemológico histórico reside en el debate, en el intercambio abierto de opiniones y puntos de vista sobre una materia o hecho. No contamos, en el Perú, con una cultura propicia para el debate. Sin embargo, la academia, el epicentro del avance científico, es proclive al mismo.

No es un hecho moderno, sin dudas; la antigua Grecia deliberaba sus posiciones políticas, sociales y culturales bajo el amplio intercambio de ideas. Al método socrático también se le conoce como debate socrático. Y es que de eso se trata la búsqueda del conocimiento: de revisar premisas, reflexionar sobre nuestras creencias y puntos de vista, de argumentar alejados de las pasiones.

La economía, en su desarrollo como ciencia, no es ajena al debate; entre ellos, sin duda, hay pocos más importantes –por sus implicancias teóricas en parte, pero en mayor medida por sus consecuencias políticas– que aquel basado en las ideas de dos grandes economistas: el británico John Maynard Keynes y el austriaco Friedrich Von Hayek. Para muchos es, como lo definió Nicholas Wapshott, el encuentro que definió la economía moderna. Significó, en el tiempo, mucho más que eso.

El debate Keynes-Hayek no fue presencial; de hecho, no existió como tal. Fue un ejercicio que llevaron a cabo sus discípulos (y otros intelectuales de su época) y que sigue hasta el día de hoy. Los actuales intercambios entre los economistas Robert Barro y Paul Krugman, el primero a favor de la austeridad y el segundo del estímulo, están basados en dicho debate ideológico. Y digo ideológico porque ni las ideas de Keynes son científicas ni Hayek hubiese permitido el uso del mote para referirse a sus ideas.

Hasta la "Teoría general del empleo, el interés y el dinero" de Keynes, la economía había transitado bajo un método (el estudio de la acción humana respecto a los intercambios basado en la deducción lógica de ciertos axiomas de dicha acción), y el uso del mismo era primordialmente con fines explicativos, no propositivos. La generalización de teorías, basada en constructos matemáticos y el uso de data, era muy reciente.

En sencillo, Keynes proponía una salida "sin costos sociales" a las recesiones económicas. Hasta Keynes, la respuesta a toda crisis económica partía por asumir la necesidad de un reajuste de la economía a fin de liquidar las distorsiones –aquellas que originaron la crisis– y reasignar los recursos y el capital hacia mejores fines. Keynes, en su obra, plantea el uso del gasto público (deuda o maquinita) para poner en acción los recursos disponibles (ociosos) en la etapa recesiva. La intervención será necesaria, en dicha visión, incluso en momentos deficitarios, léase, aquellos donde los ingresos del Estado no cubren los gastos del mismo.

Como bien sostiene William Hutt en la crítica "El episodio keynesiano", las implicaciones de políticas públicas parecen seguir el atractivo político que se deriva de ellas. Y es que, en recesión, no hay nada más seductor para el gobernante y burócrata de turno que ofrecer la culminación de los males por medios del gasto fiscal, sin importar el déficit (a veces estructural) en el que se encuentre el Estado. Los problemas que se derivan de esta premisa, como bien planteó Hayek (y otros economistas de dicha escuela), son múltiples: en primer lugar, de dónde saldrá el dinero; en segundo, quién determina adónde deben asignarse los "nuevos" recursos fiscales; en tercer lugar, el problema del costo moral; y, así, distintos matices que a Keynes y sus seguidores parece no preocuparles.

En el Perú de hoy no tenemos déficit fiscal; en principio, no es –ni por asomo– necesaria una intervención keynesiana. Es un disparate, propio de analistas guiados por el corto plazo, políticos populistas y medios que no entienden ni la propuesta ni las consecuencias de la misma.

Nuestra desaceleración no requiere de un episodio keynesiano, sino de dos cosas mucho más sencillas: confianza y consistencia. Confianza en el gobierno, lo que implica un solo discurso y una sola línea de acción. Consistencia en el actual modelo: nuestra economía se expande porque los recursos son asignados eficientemente por el mercado; la intromisión del Estado para definir ganadores no solo es inmoral, sino inadecuada.

En estricto y bajo un cuidadoso análisis, los ministros Castilla y Ghezzi estarían de acuerdo con esto. Hoy cubren espacios políticos, razón por la cual estarán, imaginamos, más abiertos a soluciones menos ortodoxas. Lo que sí consideramos necesario es tener cuidado con el lenguaje, no vayan a dejarnos después –en efecto– entre brujos y desorientados.