Lo de Ricardo Belmont demuestra que los discursos de odio prenden rápido por estas tierras y que las inconsistencias poco importan a buena parte del electorado que se mantiene más atento al gesto efectista que a los asuntos de fondo. Ya sé que esto no es nuevo, pero ayuda no olvidarlo.
Aunque el alcalde de Lima nada puede hacer en temas migratorios, Belmont se plegó a la perorata antiinmigrante y logró que la poca atención que venía recibiendo su campaña diera un vuelco. Creó la situación, además, mintiendo de forma grotesca. ¿Que 1 millón de venezolanos votarán en el país? ¡Solo votará uno en las municipales! Ninguno lo hará en las regionales ni en las elecciones generales porque la ley lo prohíbe y difícil que eso vaya a cambiar.
Pero lo más llamativo es su posición antichavista, no por tenerla, sino porque Belmont postula con Perú Libertario, el partido de Vladimir Cerrón, los más machos de la izquierda local y uno de los últimos bastiones de defensa del régimen de Maduro en el Perú. Si no estás con ellos, eres un reformista y claudicante, así que no dudan en tildar a Patria Roja de rosados y consideran que el liderazgo del Sutep ha sido dejado en manos muy dóciles. ¿El alegre hermanón aspira a encarnar a la izquierda añeja, no tiene idea de dónde se ha metido o todo es un engaño? Seguro ni le importa.
Belmont logró tener atención gracias a su xenofobia calculada, pero, más allá de despotricar contra los venezolanos, poco ha dicho sobre la ciudad que quiere gobernar. El riesgo real es que con sus chistecitos y estilo campechano, ante el estancamiento de otros candidatos más sólidos, Belmont podría terminar siendo quien tenga a su cargo la preparación de la capital para el bicentenario del Perú. Ojo con eso.