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Aprendiz de brujo
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El hechicero encarga a su aprendiz que llene de agua el estanque. Pero debe acarrearla desde un pozo. Eso cansa. Estando prohibido, el aprendiz repite las fórmulas mágicas oídas al paso, ordena a una escoba que haga el trabajo y se va a descansar. Cuando despierta, el estanque ya está lleno, pero no puede detener a la escoba, que sigue trayendo más agua. Decide entonces trozarla con un hacha, para descubrir que cada astilla se convierte en una nueva escoba, que sigue acarreando más agua. Miles de escobas, miles de cubos de agua. El castillo se inunda, hasta que regresa el maestro para arreglar el estropicio.
Poema de Goethe y música de Dukas, Walt Disney lo lleva al cine. Es uno de los episodios de su Fantasía, con Mickey Mouse de protagonista. Gran lección sobre las desgracias que producen la desobediencia y la improvisación. En oposición, destaca el valor del aprendizaje. Para que las cosas funcionen bien, uno debe estar preparado. Pensando en eso, invertimos en las entidades educativas y les entregamos a nuestros hijos. Hasta somos tolerantes con el error, porque de eso también se aprende. Sucede en las familias, sucede en las empresas. ¿Por qué no es así en la política?
La función pública se aprende en los partidos políticos. Son las entidades que enseñan cómo diseñar políticas públicas y cómo ejecutarlas. Si no tienen dónde aprender, los futuros funcionarios públicos serán siempre aprendices improvisados. Vale para congresistas, ministros, gobernadores y alcaldes. Lamentablemente, tratamos a los partidos políticos como escoria y, con ligereza, de bandas criminales. No reconocemos su rol de aprendizaje. Al denigrarlos, los matamos y, sin darnos cuenta, nos suicidamos con ellos. Cuando la desgracia sea peor, no habrá brujo que la arregle. Estaremos solos.
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