Foto: MIDJOURNEY/Perú21
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Esta semana culminó otro bochornoso episodio de la realidad política peruana, protagonizado nada menos que por el presidente del Consejo de Ministros, , quien no tuvo mejor idea que hacer uso del poder que tenía en el gobierno para conseguir el cariño de una mujer.

Más allá de lo lamentable y vergonzoso de la situación, por la que será investigado y seguramente procesado, es preocupante la falta de visión política de quienes son llamados a ocupar el premierato.

Quien preside el Consejo de Ministros no debe ser tan solo un profesional preparado y calificado. El curriculum vitae de un premier y los posgrados que pueda haber realizado el Perú o en el extranjero poco importan para el desarrollo de su función.

No necesitamos a un buen administrador en la cabeza del gobierno. Necesitamos a un buen líder. El desempeño profesional o académico de una persona no es suficiente para merecer el sillón ministerial.

Quien preside el Consejo de Ministros debe tener la capacidad de liderar con integridad el desarrollo de nuestro país. Debe poder motivar a todo el equipo de gobierno a perseguir las metas trazadas, y ser admirado por su entereza moral, su humildad y su vocación de servicio.

De nada sirven los títulos profesionales que cuelgan de una pared si el país no confía en el liderazgo de quienes lo gobiernan. El crecimiento económico, la apuesta de inversión y la confianza empresarial dependen en un cien por ciento de la integridad de los gobernantes.

Es por esa falta de integridad y la incertidumbre de quiénes llegarán al gobierno en el futuro que el crecimiento del Perú se ha estancado, que las inversiones se han ralentizado y que, finalmente, la gente tenga menos plata en sus bolsillos.

El horrendo espectáculo de la política peruana, protagonizado por sujetos carentes de integridad y catadura moral, le hace un daño inconmensurable al Perú y es la causa de nuestros principales problemas.

El señor Gustavo Adrianzén, que ha tomado la posta esta semana, tiene la oportunidad de demostrar que, más allá de su preparación académica y profesional, cuenta con las aptitudes que se requieren para liderar, motivar y transmitir confianza desde el premierato.

Si logra hacerlo, sabremos que la presidenta ha hecho una buena elección. De lo contrario, se habrá equivocado nuevamente y su error nos costará a todos. El tiempo apremia y la ansiedad por ver prontos resultados también. Ya está claro lo que se necesita para alcanzarlos.

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