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Alan García: ¿Por qué?

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La historia lo recordará, aunque sospecho que no como él creía. Pero ya ganó “su pequeño sitio” en la historia que exigía sin rubor. Se nutrió de Haya de la Torre y de la época auroral del Apra. En 1979 surgió públicamente a la política, destacándose nítidamente en la “promoción de reemplazo”, muchos de los cuales se afincaron como segundones atornillados de su naciente liderazgo. Se creyó superior y todopoderoso. Al final, cosechó las consecuencias de sus actos.
¿Por qué se quitó la vida? Sus seguidores señalan que se sacrificó en defensa del aprismo, como protesta ante un régimen político arbitrario y de persecución (“Vizcarra lo mató”). También, que no quería darles el gusto de presentarlo esposado y con chaleco de “detenido”, temor infundado. A Humala y PPK no los vejaron, el protocolo lo impide. Quieren convertirlo en un héroe.
Sus adversarios consideran que el motivo de la trágica decisión fue su negativa a pasar por un prolongado juicio que culminaría con una sentencia condenatoria por corrupción. Alto costo político y su inevitable repercusión en sus hijos y familiares.
Termino estas líneas reproduciendo un sesudo texto de Rafo León, con el que coincido plenamente: “Las emociones se visten con trajes impredecibles. Ha muerto Alan García y yo insisto en que se debe pensar en dos registros: respeto por el suicidio y firmeza en la lucha anticorrupción. Y memoria, por supuesto, no olvidar, no idealizar, no crear héroes./Mis emociones por otro lado me hacen sentir que me he quitado un peso enorme de encima, que gano en levedad, que puedo pensar en el Perú con un obstáculo gigantesco de menos. Todo tiene dos lados, sentimiento y alivio. Sin que ello signifique alegría ante la muerte”.