Hay dos posiciones de izquierda que son como el aceite y el agua.
La del aceite es la que vivimos hoy y conocemos muy bien, la que está encaramada en el Estado succionándole a mansalva dineros en asesorías, informes, aniversarios, refinerías inservibles e instituciones y quehaceres sin razón ni sentido. Es la posición de la izquierda conservadora, empapada hasta el tuétano en mercantilismos, privilegios, prebendas y populismo.
La del agua es la que cree que la propiedad define los sistemas de Estado y gobierno, así como la que proporciona tanto los ingresos y medios para mejorar la calidad de vida, como los méritos de las grandes transformaciones. La posición del agua es vivificadora y transparente.
El debate entre las dos posiciones debe resolver el dilema del agua y el aceite. La izquierda no conservadora y no orientada por intereses puede y debe hacerle frente a la posición del aceite para sacarla al ruedo y, eventualmente, del ruedo. Una izquierda moderna está llamada a levantar en el Perú las banderas de la transformación de la propiedad y las contrarias al populismo y el mercantilismo.
Cuando se ve la pujanza y trabajo que se mete a más del 70% de nuestros negocios, en mercados donde el Estado o no está o es apenas perceptible y en donde ni cobra ni le pagan impuestos, es de admitir que ese Perú es inconsciente y resueltamente liberal y capitalista.
Un pensamiento que no esté de acuerdo con el estado de cosas en el Perú y que propugne su cambio, lejos del dedo aceitoso y falsamente mágico del Estado, es transformador y liberalizador.
El 70% informal del Perú hace retroceder al Estado. ¿No corresponde a los informales edificar un Estado ágil y presente en lo genuino y público?