Hugo Chávez se alzó en armas contra su país y atentó contra la democracia venezolana por primera vez el 4 de febrero de 1992 con el fallido golpe de Estado contra el gobierno corrupto, pero constitucional de Carlos Andrés Pérez (a la postre destituido). La fracasada intentona golpista, autodenominada “Operación Zamora” y en la que también participó Diosdado Cabello, dejó un saldo de 32 muertos.
En 1998, Chávez se lanzó a la Presidencia, pregonó, ante una ciudadanía hastiada por una clase política corrupta, incompetente y caduca, la refundación de la política, un gobierno de reivindicación nacional, con respeto a la propiedad privada y fidelidad a la Constitución. El 2 de febrero de 1999 es elegido presidente por la vía democrática.
Una vez en el poder, aplicó lo que se vendría a conocer como el socialismo del siglo XXI: cambio de Constitución, reelecciones sucesivas, sistemático avasallamiento y copamiento de las instituciones del Estado, cercenamiento de los derechos ciudadanos, aplicación de fracasadas políticas económicas socialistas (anti-inversión privada y antimercado) y expropiaciones.
Recogido por Belcebú el 5 de marzo de 2013, lo sucedió su lacayo más rastrero, Nicolás Maduro, quien continúa la destrucción democrática y económica del país, lo que ha provocado el éxodo más grande de la historia de la humanidad no generado por un conflicto armado.
Un destello de esperanza iluminó la oscura noche chavista, cuando el oficialismo pierde la mayoría (y el control) del Congreso de la República en las elecciones parlamentarias de 2017 y la oposición tomó el control del Parlamento. Duchos en las bajas artes de la trampa y el engaño, Maduro, Cabello y sus secuaces convocaron a una Asamblea Nacional Constituyente con poderes plenipotenciarios por encima de todos los poderes del Estado, ardid y pantomima a la que la oposición no se prestó.
Así, burlándose de la voluntad popular, dejaron sin poder al nuevo Congreso nacional. La Asamblea Constituyente duró lo que duró el mandato del Congreso legítimo y -como era obvio- no produjo una nueva Constitución.
Chávez y Maduro han convertido la otrora rica nación petrolera en un cartel del narcotráfico y antro de la corrupción. La organización criminal, que mantiene secuestrado al pueblo venezolano, jamás entregará el poder por la vía democrática, en respeto y acatamiento de la voluntad popular.
Su consigna es perpetuarse para siempre, cueste lo que cueste, como en Cuba o Corea del Norte. La salida será posible con la acción decidida del pueblo, pero se requerirá mucho más que los votos. El sátrapa, que hoy somete a su pueblo, saldrá del Palacio de Miraflores, pero no por el mandato de los votos, sino con los pies por delante. Tenemos la historia del final de las satrapías socialistas para enseñarnos esa lección.