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197: Que empiece la función
“Es inaceptable que un país montado sobre la geografía que a nuestra república le ha tocado tenga a la mitad de su población infantil con anemia. Es ridículo que el Estado pretenda decirles a los adultos con quién casarse”.
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En su primer volumen de la Historia de la República del Perú, Jorge Basadre explica con cegadora lucidez que el nuestro nunca fue un país propiamente, sino que es –más bien– un ensayo. Hablo en tiempo presente porque las largas décadas que han pasado desde que Basadre nos encajase en esa categoría no han derogado su sustento; sin embargo, toca que –después de casi 200 años de historia republicana– empiece la función. Y que cada quien asuma su papel.
Por más inmensa que la tarea pendiente parezca, la inmundicia que se hace pública en estos días y el asco que genera ver la forma como el Estado ha sido tomado (si no formado) por una banda de ladrones no puede doblarnos. No podemos, los jóvenes en especial, asumir que seguir creyendo en que podemos construir un mejor país no tiene sentido. No podemos renunciar al deber que la ciudadanía, la democracia y la república nos imponen: pensar en el Perú.
En dos siglos hemos cambiado de Constitución en doce oportunidades; no obstante, seguimos pensando que pronto alguien hallará la fórmula mágica que le conferirá poderes a la letra y cambiará el país. Queremos emprender todas las reformas: una laboral, una judicial, una tributaria y una electoral. Y probablemente todas sean necesarias. Pero quizá la más importante de las reformas pendientes es la que debemos experimentar frente a un espejo.
Tenemos que definir cuál es el rumbo y lograr consensos elementales. Y, por más que suene a lugar común, no es tan complejo: todos queremos un mejor país para nuestros hijos. ¿Qué es un mejor país? Es uno en donde los ciudadanos sean más libres y más ricos. Es decir: los peruanos deben ser, desde el Estado, liberados del yugo que supone la ley y de la tiranía que impide la mayoría. Que el Estado dé educación, justicia, salud y seguridad. A todos.
Es inaceptable que un país montado sobre la geografía que a nuestra república le ha tocado tenga a la mitad de su población infantil con anemia. Es ridículo que el Estado pretenda decirles a los adultos con quién casarse, cómo formar familias y qué productos consumir. Igual de ridículo es que quienes gobiernan ese país nos hagan pagar a los ciudadanos por sus ideas probadamente fracasadas. Hemos llegado al siglo XXI a pesar del Estado. Y esa es la verdadera reforma.
Los peruanos debemos reformularnos la relación que entablamos con el Estado. Porque no está clara: es un círculo infinito y sin virtud que debe romperse. Los peruanos debemos asumir el destino de cada uno con la responsabilidad que ser libres reclama. Y tenemos que hacerlo de una vez.
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