Juan José Garrido,La opinión del directorCreo no exagerar si sostengo que todos los países, en mayor o menor medida y en mayor o menor intensidad, sufren de maldiciones. Maldiciones en el camino al desarrollo, quiero decir. Si en el África subsahariano son las guerras, las enfermedades y la pobreza, no deja de ser cierto que Europa y otros países desarrollados enfrentan maldiciones regulatorias, de deuda y de la insostenible carga social. Todos enfrentamos, de una u otra forma, severas cargas al crecimiento económico y, por ende, al desarrollo.
El Perú ha cambiado mucho en las últimas cuatro décadas; de las maldiciones estatistas de los setenta llegamos a los ochenta como un perfecto ejemplo de Estado fallido: hiperinflación, terrorismo, déficits crónicos, corrupción y pobreza endémica. Los noventa marcaron un cambio de rumbo al eliminar la irresponsabilidad monetaria y fiscal, así como reducir casi en su totalidad el desquiciado fenómeno terrorista. No obstante, quedaron flagelos que hasta el día de hoy llevamos como maldición: la corrupción y el mercantilismo.
Los recursos naturales, lejos de ser lo que para muchos constituye una maldición, han brindado una línea de progreso durante el último boom de los commodities. Claro, siempre pudieron ser mejor utilizados, pero estamos lejos de exhibirlos como una maldición. Bien usados serían, si cabe el término, una bendición: los ingresos que producen servirían para reducir las brechas sociales y de infraestructura, promocionarían la innovación y las mejoras en los factores de productividad, dotarían de recursos a los sectores secundarios y terciarios, diversificando aún más nuestra matriz productiva. En resumen, serían una verdadera bisagra al desarrollo a través del cambio de nuestra matriz de competitividad.
Lamentablemente, son otras las maldiciones que nos tienen sujetos a un modelo poco productivo: la corrupción y el mercantilismo siguen en pie de lucha, y nuestras ansias regulatorias han derivado en una economía altamente informal, de baja productividad e instituciones paupérrimas. El gasto estatal no es de calidad y por lo tanto los servicios públicos no brindan esperanzas de un futuro mejor. La inversión privada decae ante nuestras indolentes autoridades sin que se asimile siquiera la necesidad de regreso al patrón de hace unos años.
¿Qué hacer en medio de una economía global nada auspiciosa? Para el gobierno y sus principales líderes de opinión, el gasto y la inversión pública fungirán de receta anticíclica. Una sandez si se piensa por unos minutos: la caída de la inversión no es producto de la falta de recursos, sino de la falta de confianza. Que el gobierno gaste más o nos venda la panacea de la inversión pública en concursos que brindarán resultados en un quinquenio no amilanan esa percepción negativa. Lo que el inversionista y consumidor requieren son señales claras. Primero, que se entienden las maldiciones que hoy cargamos; segundo, un plan de crecimiento efectivo y de lucha frontal contra la corrupción y las promesas mercantilistas.
Un plan que busque recuperar la senda perdida requiere de cinco puntos esenciales: primero, una clara intención de atacar las corruptelas y hacer más transparente la función pública; segundo, reducir la carga regulatoria inútil; tercero, reducir temporalmente la carga tributaria y el gasto público innecesario; cuarto, mejorar en la medida de lo posible nuestro escenario institucional (Tribunal Constitucional y Defensoría del Pueblo son dos claros ejemplos); y, por último, brindar seguridad física y legal a las personas y empresas.
El primer punto parece imposible en medio de un gobierno que prioriza, como hemos visto con el caso de los gobernadores, el uso de los estamentos públicos para fines partidarios, así como entrega a funcionarios con claros conflictos de interés las riendas operativas. El cuarto punto es, casi, una extensión del primero: el partido oficialista no logra dar pie con bola en un Congreso en el que aún tiene mayoría.
Los aires pseudoprogresistas impedirán el segundo y tercer punto; para el gobierno y sus principales líderes hay que extraer la mayor cantidad de plumas del ganso empresarial. Así es como entienden la justicia social. Y del quinto punto, pues qué puede decir. ¡Si la inseguridad existente les parece un problema de percepción!
El gobierno tiene aún el espacio y el tiempo para rematar los últimos dos años con una mejora en su balance; estamos todavía con un viento de cola favorable si deseamos escapar de nuestras amenazas. Es más una decisión que una maldición.