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“A un euro el menú”: La ingeniosa salida para los universitarios agobiados por la pandemia en Francia
Luis Alberto, un francés hijo de peruanos que estudia un máster de Matemáticas en la Sorbona, no trabaja y vive del sueldo de su hermano mayor, por lo que este menú le ayuda “bastante” a no ser una carga
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Un menú completo por un euro es el recurso solidario al que acuden muchos universitarios en Francia, que han perdido sus empleos informales debido a las medidas contra la pandemia y sus consecuencias económicas.
Tras las protestas de enero, en las que los estudiantes denunciaban su precariedad económica, pero también emocional por no poder ir a clase en persona y ver a sus compañeros, el Gobierno decidió que los comedores universitarios ofrecieran comida a un euro para los más necesitados.
Pero también surgieron otras iniciativas privadas, como el restaurante parisino Le Reflet, en la zona de moda de Le Marais, donde “se ha puesto en marcha toda una cadena de solidaridad”, gracias a proveedores y donantes, explica a EFE el responsable del local, Olivier Vellutini.
Más aún porque este restaurante es un proyecto social y tiene entre su personal a jóvenes con síndrome de Down a los que ofrece formación en hostelería.
Ahora, esta solidaridad se extiende todos los jueves y viernes con un centenar de menús a estudiantes en situación precaria, que solo tienen que mostrar su carné universitario para acceder a la comida por solo un euro, el mismo precio de las cantinas universitarias.
Trasiego en la cocina
Ahora son las once de la mañana y en Le Reflet hace un rato que ha empezado el trasiego.
En la cocina, Sarah, una veterana de la hostelería, tiene ante ella una hilera de recipientes de plástico para llenar con una ración de ensalada recién preparada.
Pero ella solo comienza la tarea, para mostrar cómo hacerlo a Eurydice (una joven de 20 años con síndrome de Down) y sea ella quien se encargue del resto.
Eurydice se fija en los gestos de su compañera y, cuando llega su turno, se aparta un mechón de pelo de la cara, se ajusta el mandil y se esmera en imitar a su maestra.
Pronto ha llenado los cien recipientes, que sus compañeros pondrán dentro de las bolsas de papel marrón en las que los estudiantes encontrarán el menú completo: una ensalada de calabaza y chirivías, alitas de pollo con patatas y arroz con leche.
Pero Eurydice no es la única que aprende el trabajo en hostelería. También lo hacen otros siete compañeros con síndrome de Down, de un total de trece trabajadores del restaurante. El espíritu de este proyecto es “ayudar a personas con trisomía 21”, destaca Vellutini.
A mediodía, la hora de la comida en Francia, y con puntualidad, empieza a formarse una cola de estudiantes que esperan en la calle su turno para intercambiar su euro por un menú equilibrado y variado. En Francia, los restaurantes están cerrados desde finales de octubre y solo pueden entregar pedidos en un mostrador o enviar a domicilio.
Una de las primeras en llegar es Adelaide, de 22 años y procedente de Nantes, que explica que tiene que sobrevivir en una ciudad tan cara como París con los 840 euros mensuales que cobra en el sistema mixto de estudio y trabajo en el que está integrada.
En Francia, es tradicional que los jóvenes se independicen y cambien de ciudad al llegar a la universidad, por lo que el choque de la pandemia ha sido más duro para ellos que para los estudiantes de otros países.
Adelaide, que estudia Moda, ganaba antes un dinero extra trabajando como canguro, pero las medidas restrictivas contra la pandemia (cierre de hostelería y lugares culturales, confinamientos y teletrabajo) acabaron con la mayoría de empleos a tiempo parcial o informales para los jóvenes.
Sin vergüenza
“No me da vergüenza comprar este menú. La situación es complicada. Y, además, permite ayudar a este restaurante, que ya lo conocía y es fantástico”, explica.
Otra de las que vienen a Le Reflet por el menú solidario es Inés, una estudiante madrileña de Biología que está en París dentro del programa europeo Erasmus, del que recibe su único ingreso, alrededor de unos 500 euros mensuales.
“Esta es una ciudad muy cara y con el confinamiento las opciones para comer están muy limitadas. Algo así nos viene muy bien a todos los estudiantes que estamos necesitados”, añade.
Cuenta que ha intentado aumentar sus ingresos con algún trabajo, pero ha encontrado todas las puertas cerradas: “Buscar prácticas pagadas está muy complicado. E incluso buscar un ‘curro’ aunque sea más tonto, de camarera o de lo que sea, también está muy difícil”.
Todos coinciden en que la bolsa de Le Reflet incluye una dieta rica y variada. Incluso existe la opción de llevarse un menú vegetariano.
Luis Alberto, un francés hijo de peruanos que estudia un máster de Matemáticas en la Sorbona, no trabaja y vive del sueldo de su hermano mayor, por lo que este menú le ayuda “bastante” a no ser una carga.
“Por semana, gasto aproximadamente 50 euros en comida, entonces cuando puedes comer por un euro, más vale aprovecharlo”, comenta.
Y se deshace en elogios hacia el restaurante: “están empezando como una cadena de ayuda: ellos están ayudando a personas con dificultad para encontrar trabajo y a su vez ahora ayudan a los estudiantes”
Sin embargo, señala su descontento con el Gobierno francés, pues aunque considera una iniciativa “muy buena” ayudar con comida asequible, señala que conoce personalmente a “estudiantes que necesitan ayuda, que están solos, que no tienen a nadie, ni dinero para comprarse comida, comprarse ropa porque hace frío”.
“Yo pienso que el Gobierno no supo hacer lo necesario por los estudiantes en Francia”, concluye.
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