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Ulisses, un sepulturero testigo de la tragedia del coronavirus en la capital de la Amazonía [FOTOS]
“Cuando comenzó el aumento de entierros me asusté, ahora ya me acostumbré, siento que disminuye poco a poco", relata Ulisses Xavier desde el cementerio público Nossa Senhora Aparecida de Manaos
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El brasileño Ulisses Xavier, de 52 años, es ayudado a salir de una tumba por un compañero de trabajo. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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El brasileño Ulisses Xavier, de 52 años, monta una bicicleta con una cruz en el cementerio Nossa Senhora en Manaos. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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El brasileño Ulisses Xavier, de 52 años, que ha trabajado durante 16 años en el cementerio Nossa Senhora en Manaos, monta una bicicleta cuando llega a su turno el 7 de mayo de 2020. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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“Tengo miedo de llevar la enfermedad dentro de mi casa, trabajo en un área de gran riesgo de contaminación”, afirma Ulisses. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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Ulisses Xavier, de 52 años, que trabaja desde hace 16 años en el cementerio Nossa Senhora en Manaos, Brasil, cava una tumba junto a un compañero el 8 de mayo de 2020. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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Con la llegada del COVID-19, Ulisses, de 52 años, tuvo que hacer cambios radicales en su rutina: trabaja más horas, debe usar equipo de protección para evitar contagiarse y toma todos los cuidados necesarios para no llevar la enfermedad a su casa. (MICHAE
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Vista aérea del cementerio Nossa Senhora, donde el brasileño Ulisses Xavier, de 52 años, trabaja desde hace 16 años. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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“Cuando comenzó el aumento de entierros me asusté, ahora ya me acostumbré, siento que disminuye poco a poco. Solo espero que esto pase pronto”, dice Ulisses en el cementerio público Nossa Senhora Aparecida de Manaos. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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El brasileño Ulisses Xavier, de 52 años, cava una tumba durante su turno de trabajo en Manaos el 7 de mayo de 2020. (MICHAEL DANTAS / AFP).
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Ulisses Xavier está acostumbrado a tratar con la muerte. Pero en sus 16 años de sepulturero nunca tuvo que enterrar a decenas de personas en fosas comunes. El coronavirus colapsó el sistema de salud de Manaos, la capital del estado de Amazonas en Brasil,
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Manaos. [AFP]. Ulisses Xavier está acostumbrado a tratar con la muerte. Pero en sus 16 años de sepulturero nunca tuvo que enterrar a decenas de personas en fosas comunes. El nuevo coronavirus colapsó el sistema de salud de Manaos, la capital del estado de Amazonas en Brasil, triplicando el número diario de decesos.
“Cuando comenzó el aumento de entierros me asusté, ahora ya me acostumbré, siento que disminuye poco a poco. Solo espero que esto pase pronto”, dice Ulisses en el cementerio público Nossa Senhora Aparecida de Manaos.
El promedio diario de muertos en la ciudad de 2,1 millones de habitantes pasó de 30 (antes de la pandemia) a un centenar. Manaos ostenta así el mayor índice de mortalidad de una capital de Brasil por coronavirus, con 6.034 contagios y más de 600 muertos hasta el viernes.
Con la llegada del COVID-19, Ulisses, de 52 años, tuvo que hacer cambios radicales en su rutina: trabaja más horas, debe usar equipo de protección para evitar contagiarse y toma todos los cuidados necesarios para no llevar la enfermedad a su casa.
“Tengo miedo de llevar la enfermedad dentro de mi casa, trabajo en un área de gran riesgo de contaminación”, afirma.
Algunas jornadas, desciende los ataúdes a las fosas comunes que comenzaron a abrirse hace semanas en el cementerio, poco después de que el saturado sistema de salud no diera abasto para atender a decenas de pacientes. Varias personas simplemente fallecieron en sus casas, sin que sus familias sepan si fue de COVID-19 u otra causa.
En otras ocasiones, este hombre de mediana estatura se ocupa de cavar tumbas individuales. Después de hacer cinco, queda extenuado.
Ritual sagrado
Ulisses y un grupo de sepultureros, o “coveiros” como se dice en portugués, también fabrican marcos y cruces de madera, que las familias de los fallecidos compran para identificar las tumbas de sus seres queridos. Es un ingreso extra para complementar su salario.
Los marcos y las cruces, más baratos que una lápida, se pintan de celeste o azul, y a pulso Ulisses escribe con pintura negra el nombre del finado y la fecha de nacimiento y muerte.
Con el COVID-19 tuvieron que duplicar la producción: antes cada “coverio” vendía tres unidades al día, hoy seis.
Con una valentía que recuerda a la del Ulisses de la Odisea, este sepulturero atraviesa la tragedia en Manaos y asegura que no le tiene miedo al COVID-19, pese a que ya perdió algunos amigos y vecinos por la enfermedad.
Su hermano Hércules, de 53 años, sospecha que tiene síntomas del virus y ahora se saludan a través del muro que separa sus casas.
Por eso al final de un día largo, Ulisses vuelve a su hogar en bicicleta y cumple un ritual sagrado de limpieza.
“Llego a casa, me saco la ropa, entro al baño, me ducho y lavo mi ropa. Solo después de eso, voy a abrazar a mi hija y a mis nietas”, cuenta Ulisses, cuya esposa se mudó temporalmente a otro lugar para no contraer el coronavirus.
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