El pasado 19 de setiembre, Lucía Zamora, de 36 años, quedó atrapada entre los escombros del edificio derrumbado de su oficina, en el barrio Roma de Ciudad de México. Pasó más de treinta horas en un reducido espacio entre los escombros del edificio de seis pisos. Ella trabajaba en el tercero, consignó agencia AFP.
"Comenzó a temblar y tomé mi celular y me dirigí a la recepción, y un compañero, Isaac, nos decía que nos dirigiéramos hacia las escaleras de emergencia y no alcancé a llegar, me quedé a la mitad del camino cuando el techo se desplomó encima de nosotros", relata al citado medio.
Han pasado cuatro días desde que los rescatistas la hicieron salir por un hueco y aún se pregunta por qué se ganó una "segunda oportunidad" de vida. Hasta ahora, no quiere salir de la casa de su hermana, según la agencia AFP.
Lo peor apenas empezaba: "Cuando terminó de caer todo (...) se escuchaban gritos, alaridos, gente llorando, y lo primero que hice fue tomar mi celular, ver si podía hacer una llamada pero no había llamadas, después recuerdo que recé".
"Me di cuenta de que estaba ilesa, solo tenía raspones, y que estaba al lado de Isaac", que también fue rescatado el mismo miércoles 20 de septiembre en la noche, añade.
En la oscuridad, Lucía perdió algo la conciencia del tiempo y espacio. "Creo que estaba parada, inclinada, recargada hacia la derecha, y a mi lado estaba Isaac boca abajo, prácticamente no podía moverme", dice.
Entonces comenzaron a hablarse: "¿Estás bien? ¿No tienes heridas? ¿Estás sangrando?", se preguntaron.
"Conforme pasaban las horas poco a poco fuimos aceptando la realidad y cada vez que escuchábamos ruidos gritábamos sin parar para que nos escucharan, gritábamos '¡Ayuda! ¡Estamos aquí!'", rememora.
"El rescate fue hasta el otro día, no tengo muy claras las horas, pero como entre cuatro y cinco de la tarde (del miércoles 20 de septiembre) comenzamos a escuchar muchos ruidos y la maquinaria cada vez más cerca. Ahí fue cuando más y más nos unimos para gritar", continúa Lucía.
Hasta que por fin "escuchamos decir a un hombre '¿están ahí?' y (...) nos llenamos de una alegría muy especial", describe. Pero pasaron otras cinco o seis horas para que fueran liberados.
Al salir "estaba lloviendo y la lluvia en la cara fue la sensación más maravillosa de la vida, de gratitud, y todos (los rescatistas) aplaudían (...) cada vida que salvan es una gran celebración, lo toman como un nacimiento".