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La corona imperial, símbolo de la monarquía y del poder divino del soberano

La corona imperial británica, colocada sobre el féretro de Isabel II durante la procesión que el miércoles la llevó del palacio de Buckingham hasta Westminster, es una de las piezas de orfebrería cubiertas de piedras preciosas más famosas del mundo y un símbolo del poder real.

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La corona imperial británica, colocada sobre el féretro de Isabel II durante la procesión que el miércoles la llevó del palacio de Buckingham hasta Westminster, es una de las piezas de orfebrería cubiertas de piedras preciosas más famosas del mundo y un símbolo del poder real.
Montada sobre un marco en oro y ornada en su interior con un birrete de terciopelo púrpura, la corona imperial está decorada con 2.868 diamantes y numerosas piedras preciosas, incluidos 17 zafiros, 11 esmeraldas y 269 perlas.
Símbolo de la monarquía y del poder divino del soberano, es llevada por el monarca a su salida de la Abadía de Westminster justo después de su coronación. Sin embargo, es la corona de San Eduardo, dos veces más pesada, hasta 2 kg, la que el arzobispo de Canterbury coloca sobre la cabeza del soberano durante la ceremonia de coronación en el interior de la abadía.
Fabricada en 1937 por el joyero de la corona Garrad & Co para el rey Jorge VI, retoma el modelo de la que llevaba la reina Victoria, creada en 1838, con una base en pelo de armiño.
Entre sus numerosas gemas destaca, en la parte delantera, un gigantesco diamante de 317 kilates, conocido como Cullinan II o “segunda estrella de África”. Está unido al “zafiro de Estuardo”, situado en la parte trasera, por una cenefa delimitada por una fila de perlas y ornada con ocho esmeraldas y ocho zafiros rodeados de diamantes.
Dos arcos formados por diamantes y más perlas, cuya base delantera acoge el “rubí del príncipe negro” -en realidad una espinela-, rodean el birrete. En lo alto de la corona, cuatro perlas en forma de pera en esgarces de diamantes rosas forman los conocidos como “pendientes de la reina Isabel”.
Sobre ellos se elevan una esfera cubierta de brillantes y una cruz cuadrada portando en su centro el “zafiro de San Eduardo” que, según se afirma, habría pertenecido a Eduardo el Conquistador, llegado al trono de Inglaterra en 1042.
Entre los arcos hay cuatro flores de lis, cada una de ellas decorada con un rubí.
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Custodiada en la Torre de Londres junto a las otras joyas de la monarquía británica, la corona imperial, de 31,5 cm de altura, solía ser llevada por Isabel II cuando cada año pronunciaba el “discurso del trono” en la ceremonia de apertura de la sesión parlamentaria.
El término de “corona imperial de Estado” se remonta al siglo XV, cuando los monarcas ingleses elegieron una concepción de corona cerrada por arcos para demostrar que Inglaterra no estaba sometida a ninguna otra potencia del planeta, según el Royal Collection Trust, organismo que supervisa las colecciones de la familia real británica.
Fuente: AFP
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