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George Stinney Jr: el niño que fue sentenciado a muerte tras juicio de cinco horas
Tenía solo 14 años cuando fue acusado de haber asesinado a dos niñas blancas. Fue ejecutado en la silla eléctrica que adaptaron a su pequeño cuerpo. Aquí la cruel historia.
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Este 16 de junio se cumple un año más de una atroz historia. Hace 80 años exactamente, el pequeño George Stinney Jr, de apenas 14 años, fue ejecutado en la silla eléctrica, convirtiéndose en la persona más joven en morir por este método, así como el último menor de edad de esta forma, tras un juicio de apenas 10 minutos.
El Tribunal del Condado de Clarendon, de Carolina del Sur en Estados Unidos, fue responsable de la atroz sentencia contra el menor, quien fue acusado de haber asesinado a Betty June Binnicker de 11 años y Mary Emma Thames, de 8, ambas blancas, un 24 de marzo de 1944.
El crimen que llevó a Stinney a la muerte
La vida de Stinney cambió una tarde del 24 de marzo, cuando fueron hallados, en una zanja llena de agua a pocos metros de la Iglesia Bautista de Clarendon, Carolina del Sur, los cuerpos sin vida de Betty June Binnicker y Mary Emma Thames. El asesino había destrozado los cráneos de las niñas con una viga de madera que se encontró llena de sangre en los alrededores, cerca de vías tren que separaban el lado donde vivían los negros y los blancos.
Esa mañana, las niñas salieron a buscar flores del “lado prohibido de las vías”, en un descampado en donde se encontraron con Stinney y su pequeña hermana Amie, a quienes les preguntaron dónde podían conseguir flores. Los Stinney respondieron que no sabían, luego de esto, no se supo más de las niñas hasta que hallaron sus cadáveres.
El único error de George fue haber dicho que él había visto a las niñas por la zona, razón suficiente por la cual se le acusó de haber acabado con la vida de las muchachas. La Policía entonces lo buscó en Alcolu, el sector negro del pueblo. Y se lo llevaron junto a su hermano mayor, que no fue visto cerca de la escena del crimen. Los trasladaron sin una orden, pues sus padres no se encontraban.
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“La policía buscaba a alguien a quien culpar, así que usaron a mi hermano como chivo expiatorio”, diría muchos años después Amie, ya anciana, cuando testimonió en la reapertura del caso.
En la comisaría, separaron a los hermanos y se centraron en George, quien dijo que había visto a las niñas antes de ser asesinadas y lo golpearon hasta sacarle una confesión. Sin embargo, jamás se registró en documentos su supuesta declaración y así, los agentes le dieron a la sociedad lo que querían: el asesino era un joven negro llamado George.
Juzgado express
El juicio, que finalmente lo sentenció a una cruel ejecución, inició cerca de las 12:00 pm y concluyó a las 5:30 pm. El abogado asignado para George era blanco y prácticamente ni le dirigió la palabra a su defendido ni cuestionó la falta de pruebas de los agentes policiales, así como la inexistencia de la mencionada confesión.
Los policías llamados como testigos dijeron que George había confesado “intentar violar a una de las niñas y que cuando ella se negó había decidido matarlas a las dos”, sin embargo, no pudieron probar que la confesión, siquiera, exista.
Tampoco se tuvo en cuenta alguna prueba que lo colocara en las escena del crimen, ni que la pesada viga con la que fueron golpeadas las niñas pesaba al menos 20 kilos. El pequeño George apenas pesaba 45.
Tras solo 10 minutos de deliberación por parte del jurado, el veredicto de culpable surgió, por lo que el joven de raza negra fue sentenciado a la silla eléctrica, pues las leyes de Carolina del Sur, uno de los baluartes del racismo norteamericano de la época, permitía juzgar a mayores de 14 años como adultos.
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Sin esperanzas
Así, el pequeño Stinney fue trasladado a la Penitenciaría Estatal de Columbia, donde permaneció en una celda del pabellón de la muerte. “No lo hice, no lo hice. ¿Por qué me van a matar por algo que no hice?”, le dijo con la voz entrecortada por los sollozos a su compañero de celda, Wilford Hunter, otro negro.
Al menos dos meses pasaron hasta ese fatídico 16 de junio. “Se lo sentencia a morir electrocutado hasta que su cuerpo esté muerto de acuerdo con la ley. Y que Dios se apiade de su alma”, decía el documento de la condena. Esta se realizó por la mañana, adaptando una silla eléctrica a su pequeño cuerpo de 14 años.
Poco antes de haber sido ejecutado, hubo un ápice de esperanza, pero que se diluyó en poco tiempo. Y es que el gobernador del Estado, un hombre blanco llamado Olin Johnson, se negó a conmutar la pena pues no creía que alguien declarado culpable deba ser exonerado de su responsabilidad.
Fue de esta forma en que, ayudado por gruesos libros, Stinney fue ejecutado y se convirtió en una amarga realidad de una sociedad marcada por el racismo: fue el condenado a muerte más joven de la historia de Estados Unidos.
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Inocente luego de 70 años
Tras la ejecución del pequeño George, la familia Stinney vivió bajo amenazas constantes, tanto que debieron mudarse para comenzar una nueva vida que los aleje de la pesadilla que significó haber perdido a un hijo y llegar a sentir temor de sus propios vecinos. Muchas décadas después, con varios cambios a nivel de sociedad en Estados Unidos, se pudo luchar por una justicia real.
Quien luchó muchos años para limpiar el nombre de su joven hermano fue Amie, la hermana menor de George, quien debió esperar 7 décadas para conseguir un resultado positivo: en 2014, a sus 77 años, logró que la justicia revisara el caso.
Fue entonces que pudo decir ante un juzgado, luego de 70 años, que su hermano tenía coartada. El día del asesinato de las jóvenes, ella y George estaban cuidando a la vaca de la familia. Era imposible que George haya asesinado a ambas niñas. Sin embargo, en 1944, el testimonio de una niña negra de 7 años poco importaba.
Otro testimonio fundamental fue el de la psiquiatra forense Amanda Sales: “Es mi opinión profesional, con un grado razonable de certeza médica, que la confesión dada por George Stinney Jr. en, o alrededor, del 24 de marzo de 1944, se caracteriza mejor como una confesión obtenida bajo coerción, complaciente y falsa”, le dijo al tribunal.
La jueza Carmen Tevis Mullen, en diciembre de 2014, emitió su fallo, asegurando que el juicio tenía graves errores procesales: “No recuerdo un caso en el que abundaran tantas pruebas de violaciones de los derechos constitucionales y tantas injusticias”.
También dictaminó que la policía había actuado de “manera indebida, no conforme a los códigos y procedimientos penales”, y que el abogado del pequeño George “hizo muy poco o nada para defenderlo”.
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Con esta decisión, ocurrió algo más importante aún. La jueza no “perdonó” a George Stinney, sino que lo declaró inocente. “Hay una diferencia: Un perdón es perdonar a alguien por algo que hizo. Esa no era una opción para mi madre, mi tía o mi tío. No estábamos pidiendo perdón”, dijo Norma, la hija de Amie después de la sentencia.
Sin embargo, las palabras que más resonaron en el fallo de la jueza Mullen, son unas que recuerdan el grado de severa injusticia que sufrió la población de raza negra en el país norteamericano durante muchos años: “El Estado, como entidad, tiene las manos muy sucias”.
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