Hasta ahora, esta isla chilena de 7.750 habitantes registra solo dos contagios confirmados y otros dos o tres en estudio. (AFP/Miguel Carrasco).
Hasta ahora, esta isla chilena de 7.750 habitantes registra solo dos contagios confirmados y otros dos o tres en estudio. (AFP/Miguel Carrasco).

A más de 3.500 kilómetros del continente americano, en medio del Pacífico, la población de enfrenta con disciplina ancestral al que, con al menos dos casos confirmados, la obligó a confinarse y a cerrar todos sus accesos, mientras mira con preocupación un futuro sin turistas.

Hasta ahora, esta isla chilena de 7.750 habitantes registra solo dos contagios confirmados y otros dos o tres en estudio. Pero cuenta con un único hospital dotado con tres respiradores artificiales.

Aunque las autoridades locales creen que la expansión del coronavirus está casi contenida, temen por las consecuencias del abrupto freno del turismo. Unos 100.000 visitantes arriban en promedio cada año a esta isla volcánica en la Polinesia, atraídos principalmente por los moais, o estructuras de piedra desperdigadas en el territorio cuya construcción es todavía un misterio.

“El virus está contenido en dos familias en un mismo sector, por lo tanto, sabemos dónde están ubicados, quiénes son y ellos han asumido el protocolo (de confinamiento) desde el principio”, dijo el alcalde de la isla, Pedro Edmunds.

El gobierno local se adelantó y cerró el ingreso a la isla una semana antes de que lo decretaran las autoridades en Santiago tras la aparición del primer caso el 11 de marzo, a los pocos días de que se registraran contagios en el resto de Chile. En el país, los casos superaban el miércoles los 2700.

Desde hace una semana rige en la isla una cuarentena total y un extenso toque de queda desde las 14:00 horas hasta las 05:00 de la madrugada. Las medidas de confinamiento fueron extendidas el martes por dos semanas adicionales.

Vuelta a las raíces

Ante la crisis, los locales han echado mano a la Tapu, una vieja costumbre ancestral de autocuidado de la cultura polinésica de la que descienden los rapa nui o habitantes de la Isla de Pascua.

“Aplicamos el concepto ‘Tapu’ para todo rapa nui y ha sido una aceptación increíble”, dice Edmunds, sobre una norma de autocuidado, sustentabilidad y respeto a las órdenes.

Vista de Moais - estatuas de piedra de la cultura Rapa Nui - en la Isla de Pascua, a 3700 km de la costa chilena en el Océano Pacífico. (Foto: AFP/Miguel Carrasco)
Vista de Moais - estatuas de piedra de la cultura Rapa Nui - en la Isla de Pascua, a 3700 km de la costa chilena en el Océano Pacífico. (Foto: AFP/Miguel Carrasco)

Con calles, playas y parques nacionales desiertos, los habitantes de Rapa Nui (nombre ancestral de la isla) aprovechan la mañana para hacer las compras, y algunos ya han comenzado a cultivar sus tierras para poder subsistir como sus antepasados, relata Sabrina Tuki, dedicada al turismo desde hace 20 años.

“Nuestra familia y muchas familias ya están aplicando un plan B y ya estamos empezando a plantar”, dice Tuki, cuya actividad en una agencia de turismo se detuvo completamente.

Por estos días han resurgido en la isla el trueque, la ayuda entre vecinos y la vida de barrio.

Tres mil mendigos

Pero todos le temen al futuro. Según el alcalde, los habitantes pueden subsistir cerca de un mes con la isla cerrada. Pero a fines de abril, unas 3.000 personas “van a verse en la calle mendigando a alguna autoridad local o nacional por comida, porque no van a tener cómo subsistir”, advirtió.

En su mayoría, estima, no será la comunidad rapa nui, sino el resto de la población que representa casi la mitad de los habitantes de la isla, en general ocupada en el área de servicios.

El alcalde calcula que la recuperación llegaría recién en agosto, en parte por la eventual llegada de turistas.

Aunque se prevé una actividad turística de menor ritmo que el de hasta hace tres semanas, con dos vuelos diarios a cargo de la línea aérea LATAM.

La aerolínea, único puente aéreo entre el continente y este lugar ubicado a cinco horas de vuelo, hoy atraviesa problemas financieros como otras del sector por el cierre de fronteras en gran parte del mundo.

“Todos nos veremos afectados; la cadena entera, desde la agencia más grande hasta el artesano”, lamenta Samuel Atan, guía de caminatas en la isla, quien dice que esta emergencia tomó a todos desprevenidos.

La pandemia reveló la fragilidad de este lugar remoto. Sin subsidios estatales muchos no podrán sobrevivir, asegura el alcalde Edmunds.

El desafío hacia adelante es mejorar la infraestructura y “reencantar a la gente para que pueda volver”, dice Sabrina Tuki.