Chile ha cambiado. Ya no es la misma de antes. A dos semanas desde que se iniciaron las protestas sociales que desataron una de las peores crisis de su historia, Santiago y otras ciudades lucen semiparalizadas. Los chilenos deben convivir con los servicios públicos restringidos: caos en el transporte, filas en los supermercados, desabastecimiento, colegios y comercios cerrados, hospitales a medio abrir, vuelos que se cancelan y hasta centros nocturnos que ahora abren de tarde para atraer clientes. Todo en medio de las marchas, fogatas, barricadas y el gas lacrimógeno, que se han vuelto cotidianos.
A pesar de la situación, el respaldo ciudadano a las manifestaciones es real y palpable. Nuevamente miles de mujeres en silencio y vestidas de negro participaron ayer en una jornada de protesta en Santiago y rindieron honor a “los caídos”. La marcha fue seguida por una multitudinaria protesta que congregó a miles de personas en la plaza Italia.
El que no sale a protestar apoya con cacerolazos. “Tengo una bebé de tres meses y no puedo salir, pero apoyo desde casa con mis ollas porque esto nos afecta a todos”, cuenta a este diario Elsa Salinas, de 27 años. Pero el rechazo a la violencia también es contundente porque ha perjudicado el día a día de millones de personas.
Es que la destrucción de las estaciones del metro causó el colapso del sistema de transporte y un calvario para los que quieren ir a trabajar. Sin ese servicio –que se ha ido habilitando de manera restringida–, miles de micros han inundado las calles para atender la masiva demanda, convirtiendo a Santiago en un caos.
Flor Carrasco, peruana residente en Chile hace 28 años, cuenta que antes tardaba 45 minutos en trasladarse del Centro hasta la comuna Maipú, donde queda su trabajo, pero ahora puede demorarse entre tres y cuatro horas. “Por las protestas, tengo que tomar metro, bus y colectivo, además ahora cobran casi el doble: 1,700 pesos (unos 8.5 soles)”, añade.
Después de 15 días de marchas ininterrumpidas y con la llegada de los días feriados, las enormes oleadas de protestas parecen perder su ímpetu. Por ello, algunos comercios se animan a abrir sus puertas. “No he podido abrir mi negocio antes porque tenía el temor de que nos saqueen, pero ya tengo que abrir porque hay que comer”, dijo Natalia Reyes, una vendedora de periódicos de 48 años.
Los trabajadores de los supermercados que fueron saqueados y quemados también están preocupados porque se han suspendido las atenciones, lo que genera incertidumbre sobre su situación laboral. Los ataques a estos comercios provocaron, además, miedo al desabastecimiento y, por ello, en aquellos que no fueron atacados, se puede ver largas filas de chilenos, donde hay familias que compran alimentos para tres meses, pese a que los precios casi se han duplicado por el miedo y la especulación.
Realizar trámites también es complicado. La mayoría de sucursales bancarias siguen cerradas y las que atienden lo hacen en horario reducido, pese a la gran demanda. Por si esto fuera poco, hay una preocupación por los ladrones que aprovechan los disturbios para entrar a las viviendas y robar.
Con la crisis también se suspendieron las fiestas y los conciertos. El barrio Bellavista, conocido por ser el alma de la vida nocturna de Santiago, en estos días se reinventó y atendió en las tardes para no ser víctima de los disturbios. Sus principales clientes son quienes participan en las marchas y que, después de gritar a todo pulmón contra la desigualdad, se unen en un ambiente de fiesta. Aquí todos se abrazan, todos son hermanos y todos permanecen en la lucha por un Chile mejor. Aquí no hay cabida para la guerra.
TENGA EN CUENTA
-El presidente Sebastián Piñera informó a los grandes empresarios que ya no serán favorecidos con un proyecto de ley para rebajar los impuestos a los más ricos.
- Leonardo Moreno, de la Fundación para la Superación de la Pobreza, precisó que en Chile el 10% de la población gana 7.8% más que el 90% restante, y el 65% de los 18 millones de chilenos gasta más de sus ingresos y está sobreendeudado.
 -Los manifestantes exigen mejoras sociales, en pensiones, sueldos, educación, y una nueva Constitución.