Estar en el medio siempre es de lo más complicado. En la vida como en el fútbol. Sobre todo cuando tienes que contar lo que ocurrió en un partido de la Copa del Mundo y tienes la , cuando rogaste que la pelota entre al área contraria, cuando esperaste toda tu vida para cantar el himno en un mundial. Pero esa dificultad es apenas minúscula si ocurre algo peor: tu equipo pierde. 

Perú lo acaba de hacer. a una Copa del Mundo, treinta y seis años y ocho mundiales después.

Perú salió como un vendaval. Los primeros quince minutos nos hicieron creer que la victoria era posible. El culpable fue Carrillo que se graduó de gambeteador y con cada paso no solo mareó a Delaney y Sisto, también lo hizo a los comentaristas de televisión que nunca pudieron predecir si iría para la derecha o izquierda. Carrillo no era una culebra era más bien una gacela que nunca pudo ser cazada. Un robo de balón por derecha terminó en una jugada que ya debe estar en YouTube. Los dos nombrados arriba nunca pararon al peruano que de un remate de zurda terminó por decirle a Schmeichel que Perú no solo había ido a Rusia para cumplir con la fase de grupos.

Fueron minutos maravillosos. Perú sorprendía y llenaba de orgullo a un continente que había despertado viendo como la Argentina de Lionel Messi sacaba un magro empate con Islandia. Perú caminaba a ser la alegría de la jornada. Luego de los quince pareció que la cuestión se equilibraba, pero Farfán aumentaba la ilusión con un remate que apenas se fue afuera. La fiesta no paraba. Y 36 minutos pasaron, uno por cada año ausente, para que el ‘Oreja’ Flores haga un tiro entre las piernas y recuerde a los narradores que en el Perú a ese acti sublime le llamamos huacha.

Perú jugaba bien, quizás abusaba en el toque, quizás se sentía demasiado tranquilo o quizás nos engañaba a todos. 

Carrillo fue un dolor de cabeza para los defensas daneses. (Reuters)
Carrillo fue un dolor de cabeza para los defensas daneses. (Reuters)

A los 43’ Cueva la descarga a la Gacela Carrillo que —tan lúcido— se la devuelve. Recepción – amargue - al piso. Cueva cae en el área para que el estadio grite penal. Lo hizo bien porque despertó al árbitro que no había visto nada. El VAR —ese mal del que todos nos quejamos pero que le hace tan bien al fútbol— salió al frente. Una revisión rápida en video confirmó la sospecha que en Perú era certeza desde el primer segundo: Poulsen había tirado a Cueva. Penal. 

Y describir lo que hizo Cueva sería un ejercicio masoquista. Solo habría que decir que el trujillano falló y la tiró arriba del palo central. No es la primera vez que lo hace: ya lo sufrió el Sao Paulo y también nosotros. En la Copa América Centenario también la tiró por arriba del travesaño.

DOLOR

Perder siempre duele, pero perder un partido así, amarga. Gareca acaba de decirlo en la conferencia de prensa posterior al encuentro. Este era el partido que debía ganar y no lo hizo, más aún si generó cerca de 10 jugadas de gol. Perú demostró una inocencia imperdonable abusando por momentos del toque y fallando en definir en un campeonato donde tres fechas (apenas 270 minutos) definen el futuro en fase de grupos. Vivió la ilusión de mantener el balón y cuando no lo tenía permitió que el oponente ataque. Le faltó experiencia para cortar jugadas de peligro. 

Dinamarca necesitó un contragolpe. Eriksen y Poulsen, la dupla que nunca debimos dejar de mirar, se juntó por izquierda para que el jugador de raíces africanas entre solo al área para definir al palo de Gallese. Gol para callar a un país entero que estaba seguro que el fin de la maldición de los 36 años de espera venía con victoria incluida.

Luego del gol vinieron treinta minutos donde intentamos todo. De cabeza, de izquierda o derecha. De fuera o cerca al área. Las definiciones finales siempre fallaron o es que quizás la fortuna desaparece en los mundiales. Ni Paolo Guerrero, el sinónimo del gol, pudo empatar este encuentro. La suerte estaba echada, si no, dígannos por qué la pelota decidió abrirse en ese taquito que salió casi 'besando' el arco de Dinamarca.

Perú perdió después de 15 partidos y en el peor escenario posible: un Mundial. No puede haber más dolor. El minuto 90 terminó con varios peruanos tirados al piso confundiendo sus lágrimas con el sudor, pero también nos mostró a Ramos levantándolos, diciéndoles que nada está perdido y que la página se tiene que voltear. Por ahí está el camino porque no hay tiempo para lamentaciones. En cinco días enfrentaremos a una Francia que hoy demostró frente a Australia todas sus vulnerabilidades. La fuerza mental tendrá que hacerse presente, pero Gareca tiene un as bajo la manga. Su nombre es Marcelo Márquez. No juega, ni dirige, pero hace algo mejor. El psicólogo de la selección tendrá trabajo para la semana y no hay mejor capacitado que él. Si ayudó en la travesía de llevarnos a un mundial sus credenciales están más que aseguradas. Perú necesita ser feliz otra vez.