Mujer.21: Raquiel Mattire Arenast, la vida para enseñar [VIDEO]

Asháninka, maestra y madre de cuatro hijos, uno de ellos docente. Su vida está entregada a la educación.
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Raquiel Mattire Arenast. (Esther Vargas/Perú21)
Raquiel Mattire Arenast. (Esther Vargas/Perú21)
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En la mirada de Raquiel está todo escrito. Está su amor por el oficio: ser . Está el deseo infinito de ver a sus chicos salir adelante. Está esa devoción por aprender día a día, y no rendirse. Las dificultades no existen, lo dice ella. Y te sientes demasiado limeña y pequeñita, te sientes tonta. Porque Raquiel Mattire Arenas te demuestra que nada es imposible, que mientras tú te quejas, ella camina y no da marcha atrás.

En la mirada de Raquiel, una mujer asháninka fuerte y dulce a la vez, de 47 años, hay un plan de vida, una hoja de ruta de sueños.

En Valle Samaria, Mazamari, Satipo, enclavada en la selva pura (no en la de los turistas), la comunidad asháninka busca oportunidades a pesar de la indiferencia y la discriminación. Raquiel no es de quejarse. Anhela aulas mejor equipadas, desayunos más nutritivos, una biblioteca más grande y la llegada de la tecnología, algo que no la asusta.

“Me encantaría que en las aulas instalen computadoras”, dice. Es madre de cuatro hijos, y uno de ellos es docente. En su voz, el orgullo no se esconde. Raquiel piensa que la educación cambiará el destino de su comunidad. Por eso, se entrega sin descanso, desde que asoma la primera luz en la selva espesa.

“Quiero que mis alumnos sean mejores que yo”, dice. Su más grande satisfacción es apreciar que esos pequeños a los que vio leer en castellano y asháninka tienen deseos de seguir una carrera. Menciona los nombres de sus alumnos. Los recuerda bien. Así como no se olvida a un buen maestro, un buen maestro no olvida a sus buenos alumnos. A Raquiel, nacida en Puerto Yarina (Pasco), seguro no la olvidan.

-Como mujer indígena yo quiero decir que todos y todas tenemos el mismo derecho de sobresalir, y de participar. Eso les digo a mis alumnos. Yo tengo una mirada optimista. Con la lengua que dominamos, el hecho de hablar castellano, y lo más importante el asháninka, nos abre un mundo. A los chicos les inculcamos la importancia de la tradición. No la deben perder.

A pesar de la precariedad que la rodea y de los recursos que no siempre llegan a su comunidad, mira el futuro con optimismo. No se rinde.

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