Milagros Espinoza es una aguerrida mujer que conduce uno de los buses alimentadores de El Ella no ha frenado su trabajo ni siquiera en estas semanas de convivencia con el temible . Dice que lo hace gracias a la fuerza que le dan sus hijos, su madre y Dios.

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Tenía 16 años cuando las necesidades económicas que había en casa la llevaron a trabajar como cobradora de combi. Ese fue el inicio de una relación de casi 30 años con el transporte de pasajeros.

Ella no solo ha manejado taxis, combis y buses; también situaciones en las que intentaron discriminarla y denostarla por el solo hecho de ser una mujer al volante.

Y es que, además de tener que manejar a la defensiva para evitar que la competencia la “cierre” o le quite algún pasajero, tenía que soportar las críticas por ejercer un oficio que de manera errónea y machista ha sido considerado solo para hombres.

La discriminación que sentía se agudizó cuando intentó obtener un puesto de conductora de camiones de carga y se lo negaron porque “no buscaban una mujer”.

“Después, en un periódico sale un anuncio en el que Lima Vías Express estaba recibiendo personal y yo tenía esa idea absurda de que me iban a discriminar por ser mujer. Pero mi hijo me dijo que no indicaban el sexo y que postule. Así lo hice y gracias a Dios me abrieron la puerta”. Desde ese momento a la fecha ya pasaron más de seis años.

CONDUCIR EN LA PANDEMIA

Desde que inició su trabajo como conductora del alimentador de El , Milagros ha visto muchas cosas, pero ninguna como la que hoy se vive en el país producto de la expansión del coronavirus.

Ello la ha llevado a que ahora ore con mucha más devoción antes de salir a cumplir su jornada habitual, para pedir que el virus no la alcance a ella o a las personas que la rodean.

Pero a la par cumple al pie de la letra las medidas dictadas por el gobierno para la cuarentena.

En las calles se protege con los implementos que le han dado en su trabajo para las manos y el rostro y constantemente se desinfecta con gel de alcohol. Al volver a su casa ya no abraza primero a su hija, ahora deja sus zapatos y bolso en la entrada, se cambia de ropa y recién ahí se acerca a ella y a su madre.

Ahora su nivel de paciencia ha crecido. Siente que la gente anda más estresada cuando sube al bus, pero trata de entenderlos porque sabe que no es fácil estar en esa situación.

Da cinco a seis vueltas en un día por las zonas que le corresponden según su horario, y ya no transporta a 70 personas como lo hacía en una vuelta “normal” y sin pandemia.

Ahora, a lo mucho, traslada a 35, todas ellas debidamente sentadas.

Le duele ver cuando la gente no puede subir a su vehículo porque, a diferencia de lo que era antes de la emergencia, ya no pueden ir paradas porque hay que mantener el distanciamiento social. Pero así como ella lo ha entendido, la gente también.

Aunque confiesa que sí le gustaría estar en casa haciendo teletrabajo si tuviese otra labor, asegura que se siente útil con lo que le ha tocado hacer. “A mí me llena esto, me gusta saber que transporto vidas”, resalta con una sonrisa que demuestra lo agradecida que está con la vida.

Milagros sí tiene un “poquito” de miedo de contagiarse, pero eso no la tumba. Al contrario, la hace más fuerte. Tiene amigos que hoy no pueden laborar por la emergencia nacional que vive el país desde el 16 de marzo y, por lo tanto, no tienen ingresos para cubrir los gastos. Pero no es el caso de ella, que mira las cosas con un optimismo contagiante que hace pensar que todo va a mejorar.

Mientras recorre las calles de Chorrillos o Villa el Salvador también observa dramas propios de la emergencia. Hace unas semanas, a través del espejo, vio que un hombre de avanzada edad intentaba caminar a un ritmo más allá de lo que sus piernas le permitían, con el único fin de subir a la unidad que conducía.

Lo esperó y al hacerlo subir se dio cuenta de la preocupación que había en sus ojos. El hombre necesitaba ir a Acho, pero no tenía cómo movilizarse ni el dinero para hacerlo. Sin tarjeta del alimentador y algo desorientado. Milagros lo dejó subir para llevarlo hasta uno de los paraderos de El Metropolitano con la finalidad de que tomara uno de los buses que lo acerca a su destino en el Centro de Lima.

Comunicó a su superior para que le dieran las facilidades a su pasajero especial y se aseguró de que quedara a buen recaudo. Hizo todo eso porque la conmovió y afirma que lo volvería a hacer si ve a alguien de avanzada edad que requiere de ella en ese momento.

“Yo doy gracias todos los días porque tengo un trabajo y puedo ayudar a mi familia. Hay personas que trabajaban en una empresa, esa empresa paró en la producción y ahora no están laborando. Por eso yo sigo adelante”, relata.

DESPUÉS DEL VIRUS

Como muchos, Milagros sabe que la vida después de que termine el estado de emergencia no será igual, pero sus metas profesionales aún se mantienen fijas.

Ella estudió para ser técnica de Educación, pero no terminó. Después llevó unos cursos de computación, pero nuevamente el factor económico la frenó.

Hoy tiene algo claro: “Está en mis planes seguir estudiando”. No conoce los límites para crecer, no se arrepiente de nada de lo que ha hecho en materia laboral y le enseña a sus hijos que “lo que uno se propone con sacrificio y perseverancia, lo logra”.

En un futuro no muy lejano se ve terminando los cursos de computación y estudiando Administración de Empresas. La compañía de transportes para la que trabaja le da las facilidades para que cumpla su sueño. Está más segura que nunca que nada la frenará.

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