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Redacción PERÚ21

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La infancia de Inocenta Muñoz (54) acabó apenas llegó a Lima. Comenzó a ser adulta a la fuerza, en episodios que aún trata de olvidar y superar. Ahora, con sus dos hijos como pilares, da valor a otras mujeres a denunciar las agresiones, físicas y sexuales.

TESTIMONIO

"Llegué a los 12 años de Ayacucho. No tenía a nadie en Lima, era todavía una niña pero comencé a trabajar como empleada del hogar en una casa en Santa Catalina. A los pocos meses comenzaron a abusar de mi.

Fue uno de los hijos de la patrona. No recuerdo su nombre pero tenía 15 o 16 años. Me violó y me amenazó. "Tu le avisas a mi mamá y yo voy a negarlo todo y también hago que te boten". Esas fueron sus palabras y hasta ahora las tengo grabadas.

Tenía doce años y estaba sola en Lima. ¿A dónde iba a ir? No les podía decir nada a los patrones, además ellos también me trataban mal. Solo me quedaba llorar y así lo hice por varios años. No fue la única vez que lo hizo.

Estuve en ese trabajo por 10 años. Luego de recibir varios abusos más, no solo sexuales sino también discriminatorios, decidí irme. Me fui también porque otro de los hijos también intentó violarme pero ahora yo era mayor y no se lo permití. Pedí vacaciones y nunca más volví. Escapé.

Luego conocí a mi marido. Primero yo le oculté que había sido violada, hasta inventé que había sufrido un accidente. Pero no pude más y se lo conté. Me dijo que yo era una cualquiera, una puta, que fue mi culpa por "abrir las piernas". Me lo repetía cada vez que se emborrachaba y mientras me golpeaba. Otra vez volvía a llorar.

Nunca llegué a denunciarlo pero debí hacerlo, sobretodo porque mis hijos también sufrieron golpes. Ahora ellos ya están grandes, me defienden. Las agresiones ya han parado de forma definitiva. Ya no me dejo tampoco y si me dice algo le respondo. Con más de cincuenta años ahora ayudo a otras mujeres violentadas, les digo que no se deben dejar golpear, ni siquiera dejarse ofender".

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