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Perú en silencio: mi primer toque de queda [CRÓNICA]
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El presidente Martín Vizcarra anunció el 18 de marzo el inicio de una inmovilización social obligatoria que rige desde las 8:00 p.m. hasta las 5:00 a.m., decisión que tomó por sorpresa a todo el país. Como buen millenial que soy nunca había vivido un toque de queda, solo escuché historias de mis padres, tíos y abuelos quienes vivieron la época del terrorismo en carne propia, pero ahora, y en distintas circunstancias, me tocó ser parte de esta ‘drástica’ disposición.
Como era de esperarse, y no me quedaba de otra, iba a tener que regresar a mi casa luego de instaurado el toque de queda y movilizarme por las calles desoladas con la seguridad de que en cualquier momento iba a ser detenido por la policía o el ejército y tener que enseñar mis acreditaciones de prensa, DNI y cualquier documento extra para poder seguir mi camino.
Inicié mi regreso a casa al promediar las 8:20 p.m., el camino a recorrer no era largo. Encendí mi auto, y empecé a grabar el recorrido —al final de esta crónica encontraran el video— sinceramente esperaba encontrar gente en la calle, quizás los últimos rezagos de personas que la hora los agarró por sorpresa en mitad del camino a casa, pero no había absolutamente nadie.
Las pistas y las veredas estaban vacías: el cruce de la avenida Canadá y Arriola no era esa intersección bulliciosa y estresante con las bocinas tocadas por gente impaciente que trata de ganarle al semáforo o pasar encima de ti. No existían cobradores gritando en tu oído para que subas al bus, solo había un silencio apocalíptico, interrumpido por el sonido del motor de mi Volkswagen del 84.
Avancé por Javier Prado, Rivera Navarrete, Paseo de la República, y nadie me detenía. Seguía admirando las calles vacías y lo bien que se ven sin gente, sin bulla, sin autos. Pero llegué a Miraflores y fue momento de enseñar todos mis papeles.
Unos soldados me detuvieron y me preguntaron hacia dónde me dirigía, yo me identifiqué, presenté mi credencial de prensa y me dieron el visto bueno para seguir mi camino.
Estaba a punto de acelerar cuando uno de ellos me pidió educadamente: ¿Puede darle un ‘aventón’ a un señor? Accedí de inmediato, pues si hubiera estado en esa situación me hubiera gustado que me ayuden.
El señor que llevé hasta Barranco se llama César, y es tecnólogo médico en el hospital Almenara. Al igual que a mí, el toque de queda lo agarró saliendo del trabajo.
César llegó hasta el punto dónde yo lo recogí pidiendo ‘aventones’ a la policía y a los pocos vehículos particulares que se cruzaban en su periplo por llegar a casa para poder ver a sus hijos y a su esposa luego de una extenuante jornada de trabajo y llevarles unos cuantos panes que tenía en una bolsa.
Luego de contarme su aventura y de lo mal que la están pasando en el sector salud por la emergencia sanitaria, el tecnólogo se bajó del auto, no sin antes de agradecerme a mí y a todas las personas que lo ayudaron a llegar a su hogar sano y salvo.
Continué mi ruta pensando en todo ese esfuerzo puesto por personas como César, que a pesar de no tener cómo movilizare de regreso a casa, siguen trabajando para poder levantarnos en estos tiempos tan difíciles.
El Perú le debe mucho a los profesionales de la salud, policía, ejército, bomberos y, en general, a todos los que están moviendo al país en estos días de cuarentena. ¡Se merecen todos los aplausos y más!
Llegué a casa y apagué el motor. Inicié mi toque de queda.
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