Hubo un día, en particular, en el que Alberto Andrade Carmona perdió su clásica sonrisa. Fue el 14 de mayo de 1997, cuando ya llevaba 17 meses en la Alcaldía de Lima. Tras semanas de coordinaciones con el jefe de la Policía de aquel entonces, general Fernando Dianderas Ottone, se había decidido desalojar a los miles de ambulantes que, por décadas, tenían invadido el Mercado Central y Mesa Redonda. Pero ese día algo se salió de contexto.
Andrade había llevado a cientos de serenos y de agentes municipales sin escudos ni varas, por pedido expreso de la misma Policía. Pero cuando debió iniciarse la operación, vino la contraorden: no se haría el desalojo. El burgomaestre no sabía qué hacer. "Es una traición a la ciudad", dijo una y otra vez la autoridad. Tras una breve meditación, se armó de valor y encabezó personalmente la acción con una frase que hasta ahora perdura: "¡Adelante, carajo!".
Guiados por su líder, los serenos irrumpieron por el jirón Cusco. Sorprendentemente, los policías comenzaron a atacarlos con el apoyo de un grupo de comerciantes informales. Todo era increíble, digno de un cuadro surrealista. El saldo final fue de 12 agentes ediles heridos, uno de ellos hospitalizado, y un frustrado desalojo. Pero el mensaje había sido claro no solo para los informales sino, también, para el mandatario, Alberto Fujimori Fujimori: nada detendría sus planes de reorganizar la ciudad. Y así fue.
Alberto Andrade Carmona, criollo de corazón y vocación, fue regidor de Miraflores por el Partido Popular Cristiano y alcalde de dicho distrito en dos periodos (1990-1992 y 1993-1995). En este tiempo puso orden en dicha comuna, creó el serenazgo miraflorino y remodeló el parque principal, una obra que en su tiempo fue sumamente criticada por la cantidad de "cemento" que se empleó, el que sustituyó a tradicionales bancas de madera y fierro que se caían a pedazos.
En 1996 asumió el cargo de alcalde de Lima representando a su propia agrupación política: Somos Perú (antes Somos Lima), con el corazón como símbolo. Fue el gran responsable de los cambios sustantivos de la ciudad, que vivía en medio del caos –mucho mayor del que tenemos en la actualidad–, de la inseguridad, de la crisis económica y de una dictadura que ya daba los primeros indicios de su verdadera intención. Uno de ellos fue el Decreto Legislativo 776 –emitido en 1993– y que supuso un notable recorte en el presupuesto municipal durante la gestión de Ricardo Belmont (alcalde entre 1990-1995).
Ante esto, Andrade tuvo que usar el ingenio. Una de sus primeras medidas fue privatizar el servicio de limpieza, el que fue entregado al consorcio Vega Upaca-Relima. Luego vino la recuperación del Centro Histórico de Lima. Sacó a los ambulantes de los jirones Lampa, Puno, Apurímac, Bambas y Cusco, además del Mercado Central, Mesa Redonda, Tacora, la avenida Abancay, entre otros.
Remodeló la Plaza San Martín (que era nido de 'pirañitas'), la Plaza Italia, la Plaza Ramón Castilla, el Paseo de los Héroes Navales, el Parque Universitario y la Plaza de Armas, a la que le cambió de nombre y la bautizó como Plaza Mayor. Cambió completamente el Parque de la Exposición y el Parque de la Reserva, reubicó a los ferreteros en Las Malvinas, creó el serenazgo del Cercado de Lima e impulsó la constitución del Servicio de Administración Tributaria (SAT) para mejorar la recaudación y ordenar las finanzas. Asimismo, presentó el Plan Bratton, elaborado por el ex sheriff de Nueva York, William Bratton.
Impulsó el plan 'Adopte un Balcón' y, a nivel cultural, promovió la Bienal de Lima, que convirtió a esta ciudad en la Capital Iberoamericana de la Cultura y que fuera dejada de lado por su predecesor, Luis Castañeda Lossio. Del mismo modo, remodeló la galería Pancho Fierro e impulsó las famosas retretas.
En cuanto a obras viales, continuó con el by-pass del óvalo Los Cabitos que había iniciado su antecesor, Ricardo Belmont. Tras desalojar a los ambulantes de Caquetá, edificó en la zona un anillo vial que ha servido para descongestionar el tránsito. También construyó la Vía Expresa de la avenida Javier Prado –muy criticada, por cierto– y reorganizó el Servicio de Taxi Metropolitano (Setame), obligando a los choferes que prestan este servicio a que pinten sus unidades de color amarillo.
Durante la campaña electoral municipal del 2001, Andrade prometió que en una posible tercera gestión edil implementaría un sistema de buses al que denominó Lima Bus. Su competidor –y, a la postre, nuevo alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio– no creía en esta propuesta y ofrecía una línea de metro. El tiempo le dio la razón: el modelo del ex burgomaestre fue tomado como modelo para crear el Metropolitano.
Más allá de reordenar la gestión edil, de recuperar el Centro Histórico, de realizar obras viales de gran impacto, de fomentar la cultura en la ciudad, de luchar contra los ambulantes, de organizar a los taxistas, de poner orden en las finanzas ediles, de luchar a favor de la democracia –en el momento en que Fujimori tenía gran poder y absoluta popularidad–, la mejor faceta de Alberto Andrade Carmona no estuvo en su vida pública, sino en la privada. Como dijo su esposa en junio de 2009, durante los múltiples homenajes que se le rindieron: "Fue un excelente padre, abuelo y esposo".
[Mira la vida y obra del ex alcalde de Lima – Línea de Tiempo]
ASÍ FUE SU VIDA
Por César Martínez (cmartinez@peru21.com)Fotos: Alberto Andrade Carmona (Oficial)