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[OPINIÓN] Diego Ato: “Informarse o desinformarse, esa es la cuestión”

“La desinformación no es un fenómeno reciente, pero no hay duda de que en los últimos años se ha vuelto un problema serio”.

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Fecha Actualización
La desinformación no es un fenómeno reciente, pero no hay duda de que en los últimos años se ha vuelto un problema serio. Las personas reciben una gran cantidad de mensajes, en todo tipo de formatos y canales, y con diversas intenciones comunicativas. Cada vez más producen sus propios contenidos, y el uso de la inteligencia artificial está al alcance de quien tiene acceso a Internet. El problema no termina ahí, sino que además existe una demanda de desinformación.
La National Endowment for Democracy (NED) y el International Forum for Democratic Studies publicaron el informe “Demanda de engaño, de qué manera nuestra forma de pensar estimula la desinformación” (2000) de Woolley y Joseff. Este explica que si bien hay “consumidores que se ven expuestos a la desinformación o son influenciados por ella de modo circunstancial, otros la procuran reiteradamente y creen en ella, a la vez que rechazan toda otra fuente informativa”.
El estudio menciona que hay factores psicológicos pasivos y activos que demandan desinformación. Los primeros no exigen un proceso de razonamiento consciente, y entre ellos están los efectos de la perseverancia de las convicciones, de la familiaridad, la exposición reiterada, el sesgo a favor de la verdad, la viralidad y las emociones exacerbadas.
“El consumo y la difusión de la desinformación se deben en gran parte a la ‘viralidad’ y al deseo de compartir información emocionalmente provocativa”, expone el informe. Es más fácil, por ejemplo, que quienes están hartos del Congreso compartan noticias que denuncian acciones de sus miembros y que causan indignación. Es más, ellos esperan ese tipo de noticias y eso los hace vulnerables a noticias falsas sobre esta institución.
Entre los factores activos, encontramos el efecto manada, los sesgos de la confirmación, del consenso, el razonamiento motivado direccionalmente, el favoritismo endogrupal, el efecto de la actitud previa. Son “dirigidos por las acciones de la persona para llegar a conclusiones mediante procesos cognitivos”. En información política —se detiene el estudio—, el partidismo y las opiniones preexistentes pueden propiciar el razonamiento motivado direccionalmente, el cual a su vez tiene como efecto la preferencia por el propio grupo de pertenencia.
Como advierte el estudio, las personas son más susceptibles a demandar desinformación en escenarios de crisis y polarización. Por ello, en los últimos años el país y el mundo han sido testigos de grandes momentos de desinformación, posible gracias a quienes producen y demandan. Así se vivió la pandemia, la asunción al poder del expresidente Merino y las últimas elecciones generales.
Esto permite comprender cómo muchos cayeron rendidos tan fácil a liderazgos que han hecho de la mentira y la manipulación una herramienta diaria, como el expresidente Vizcarra. O cómo es más sencillo que antifujimoristas y conservadores demanden desinformación de otros antifujimoristas y conservadores, respectivamente, por la identificación de grupo.  Y claro, esto es aprovechado por periodistas, medios masivos y hasta noticieros que mandan abrazos.
¿Qué alternativa existe? Como usuarios, aprender a convivir con la desinformación y sus peligros, siendo conscientes de las circunstancias en las que podemos ser más susceptibles de demandar desinformación. Si es posible para la persona dedicar el tiempo necesario, hay que revisar más de una fuente de información, ya sean medios, creadores de contenidos, expertos, organizaciones. Revisar incluso aquellos que puedan estar muy alejados de la orilla política que pueda ser de preferencia. Cuestionar incluso la información de los verificadores de información, que no son ajenos a los sesgos políticos.
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