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Roxana Quispe Collantes, activista: “El quechua nunca debió perder su lugar”

Roxana Quispe Collantes es la autora de la primera tesis doctoral escrita y defendida en quechua. Ahora es parte de Bicentenaria del Teatro La Plaza. Entrevistamos a la activista e investigadora académica cusqueña.

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Fecha Actualización
Para llegar a Ch’osecani desde el Cusco, se viaja hasta cuatro horas y media en auto, y luego se camina una hora. Antes se viajaba casi todo el día, se caminaba hasta 10 horas.
Cuando nació, no había luz ni agua. Su abuela alumbraba con untu, el sebo seco de la llama que al centro lleva la lana del animal, que era encendida como una vela.
Describe a Ch’osecani como una aldea de 300 habitantes. Casas de adobe, alpacas, llamas, ovejas, la puna. “Un paisaje hermoso”, dice sobre el paraíso escondido adonde fue llevada desde Acomayo, a los días de nacida, y donde creció y siempre regresa.
Su padre fue el primer policía de la comunidad. A los 13 años, se escapó de su casa. Alguna vez un grupo de policías llegó a Ch’osecani y él quería ser como ellos. La familia pensaba que había caído a un acantilado o que el río se lo había llevado. Una década después, volvió vestido como policía. Roxana, su hija, no tuvo que escaparse, pero fue la primera de la comunidad que logró ingresar a la universidad y en 2019 presentó la primera tesis doctoral escrita y defendida en quechua, enfocada en la obra Yawar para (Lluvia de sangre), poemario de Andrés Alencastre Gutiérrez.
Roxana Quispe Collantes es parte del homenaje a María Trinidad Enríquez (Cusco, 1846-1890), la primera mujer en cursar estudios universitarios en el Perú. Filme dirigido por Diana DAF Collazos, que será emitido el 14 de agosto, a las 5:30 p.m. vía TV Perú, o que también se puede ver en bicentenaria.pe. Corto que forma parte de la serie Bicentenaria, una iniciativa que surge en el Teatro La Plaza.
En 2019, cuando sustentó la tesis que pronto espera publicar como libro, fue el año de las lenguas originarias en el Perú y también se emitió el carné universitario con la imagen de María Trinidad Enríquez. Conserva su carné, que en el reverso tiene la figura de María Trinidad y en el anverso la imagen de Roxana, quien hoy abre un nuevo camino para las lenguas originarias. Dos caras de una misma conquista.
-¿Primero aprendió a hablar quechua o español?
Quechua. Hasta el momento, felizmente, en la comunidad campesina de Ch’osecani no hemos tenido mucho contacto con el castellano.
-¿Cómo lo aprendió?
A través de mis abuelos, que eran monolingües quechuas; a través de mis tíos, mis amiguitos, mis primos. Teníamos que aprender a la fuerza. El castellano lo aprendí entre los 6 y 7 años, cuando hubo la necesidad de entrar a la escuela, que fue más o menos como el encuentro entre Pizarro y Atahualpa (ríe). En Ch’osecani la profesora era castellano-hablante y los estudiantes éramos quechuahablantes. La profesora no nos entendía y nosotros tampoco le entendíamos. Nos miraba y se llenaba de frustración; de tanta frustración solo atinaba a darnos con la regla; como dicen, la letra entra con sangre. Tuvimos que comenzar a memorizar el abecedario, las vocales sin saber qué significaba. La profesora nos decía “u de uva”; “¿qué es uva?”, decíamos. También decía “b de bote”, pero éramos una comunidad en la puna: “¿qué bote?”. Y si no aprendíamos, golpe.
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-¿Cuánto tiempo estudió en Ch’osecani?
Hasta tercer grado de primaria. Luego nos fuimos a Acomayo, que es provincia, que es mestiza, hablan mezclado con algunas palabras en quechua. Mi lengua materna era evidente, entonces mis compañeritos se burlaban de mí. Estuve medio año y nos tuvimos que ir al Cusco. Si en Acomayo me discriminaban, en el Cusco me discriminaban el doble, siendo una ciudad tan heredera de la cultura inca. Con todo y eso, pude avanzar, tratar de adecuarme a la nueva realidad que me imponían mis padres porque finalmente yo habría sido muy feliz si me quedaba en Ch’osecani.
-¿Su padre quiso que usted deje atrás el quechua?
Terminando el colegio y queriendo entrar a la universidad, yo quería ir a Lima, pero él me dijo que no vaya: “Te van a discriminar peor, allá es más fuerte el racismo”. Migré a Lima porque era una necesidad mía y que él mismo sin querer me inculcó.
-Y si le prohibían ir a Lima, se habría escapado, como lo hizo su padre...
(Risas). Pero cuanto más lejos estaba de Ch’osecani, más quería mis raíces, más quería mi quechua, mis textiles, la comida, porque yo fui feliz en Ch’osecani.
-¿Por qué eligió hacer la tesis en quechua?
Viviendo dentro del seno de una cultura milenaria, ancestral, ¿por qué no se habían hecho tesis en lenguas originarias? ¿Por qué no la mía? Mi lengua no es menos. Miles de maravillas, como Machu Picchu, se han construido hablando el quechua; ingeniería del más alto conocimiento se hizo hablando el quechua; adelantos en biología, medicina, textiles se han hecho hablando el quechua. Así surgió. Yo estaba convencida y lo comencé a comentar con algunos compañeros, pero me dijeron: “¿Para qué vas a escribir en quechua?, ¿qué más quieres?, ¿por qué eres terca, Roxana?, ¿quién va a leer tu tesis en quechua?”, y se comenzaban a reír. Me fui caminando triste. Pero ya había comenzado a escribir y, finalmente, dije “no, me voy a arrepentir toda mi vida si no lo hago”. Hice lo que mi conciencia y mi corazón mandan, porque no habrá mayor juez que mi propia conciencia, yo misma. Finalmente, todo el proceso me tomó siete años, de 2012 hasta 2019.
-En su tesis se concentró en la obra de Andrés Alencastre Gutiérrez. ¿Por qué visibilizar su obra?
Es una cumbre de la poesía en quechua. Es uno de los pocos autores que se atrevieron a escribir en quechua y lo hizo de una manera singular. Su obra poética es bastante fuerte y potente. José María Arguedas lo calificó como uno de los más prominentes autores del siglo XX y que desde el Ollantay no había leído una obra así en quechua. Fueron amigos. Nos dejó cuatro libros de poesía.
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-¿Por qué reivindicar el quechua en el bicentenario?
El quechua nunca debió perder su lugar, nunca debió dejar el más alto nivel. Nos habrán quitado el oro, la plata, pero no nos han podido quitar nuestros conocimientos. Debemos perennizar más estos conocimientos que poco a poco se pierden.
-¿Cómo es una mujer del bicentenario, Roxana?
Una heroína que se atrevió a hacer algo diferente, es fuente de inspiración. Las mujeres somos quienes quizás llevamos mayor responsabilidad en la casa, en la economía, con los hijos, en la chacra. Sin embargo, no somos valoradas.
-Usted es fuente de inspiración y una heroína.
No creo que sea tanto así, pero siento que soy una amante de la gran riqueza cultural y de las lenguas originarias que tiene el país. Si sirvo de inspiración a las nuevas generaciones, podría decir que soy una activista. Quiero seguir aportando con mi conocimiento en el quechua y seguir aprendiendo. También escribo poesía, pero me falta publicar, y la publicaría obligatoriamente en quechua. Quienes nos precedieron, como Tomasa Tito Condemayta, Micaela Bastidas, María Trinidad Enríquez, son heroínas. Gracias a María Trinidad muchas mujeres hemos podido pisar los claustros universitarios.
AUTOFICHA:
- “Soy Roxana Quispe Collantes. Siempre suplico que pongan mi nombre con mis dos apellidos; en las comunidades campesinas es nuestra costumbre. Mi madre fue empíricamente maestra en la comunidad, pero nunca llevó la profesión”.
- “Mi padre falleció hace tres meses y mi mami, felizmente, sigue con nosotros. En la comunidad de Ch’osecani me han nombrado varayoc honorífico, que es como una alcaldesa pero honorífica. Siempre me llaman a las asambleas comunales, me nombran madrina”.
- “Nací en Acomayo; a los pocos días de nacer me llevaron a Ch’osecani. Primero ingresé a Educación en el Cusco, en la especialidad de Lengua y Literatura. En San Marcos terminé el doctorado en Literatura Peruana y Latinoamericana con la tesis en quechua. Y llevo una maestría de Lingüística Pura en la PUCP”.
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