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Claudia Ulloa Donoso: “No somos la coherencia andante ni los seres intachables”

Es la autora de la aplaudida novela ‘Yo maté a un perro en Rumanía’. Nació en Lima, pero radica en Bodo, Noruega, desde donde ejerce la escritura. Perú21 entrevistó a Claudia Ulloa Donoso.

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Fecha Actualización
Escribía cartas a gente que no existía. Sobre hechos que solo habitaban en su imaginación. Algunas de las cartas eran para su abuela que había fallecido. Quizás le hablaba de un perrito que encontró camino al colegio. O tal vez de alguna flor. Le preguntaba cómo le iba en ese lugar. Eso sí, no fantaseaba con las respuestas de su abuela, pero sabía que leía las cartas y que estaba contenta.
En esa fantasía epistolar de sus 13 años ya habitaba la escritora, sobre todo de cuentos, que en su primera novela le da voz a un perro, obra a la que llama Yo maté a un perro en Rumanía, traducida a siete idiomas, publicada en más de doce países y que llega al Perú bajo la edición de Penguin Random House.
Claudia Ulloa Donoso visitó Lima para presentar la novela. Dejó los -15 grados de Bodo, donde vive. Una ciudad tranquila y mediana, de unos 50 mil habitantes, al norte de Noruega, sobre la línea polar ártica. Prefiere andar ligera dentro de los cerca de 30 grados de la caótica ciudad donde nació. Prefiere el calor de Lima antes que el frío de Bodo. “Pero hay que volver a la realidad”, me dice.
¿Por qué te fuiste hace 23 años?
Primero viví en España. Ya luego me mudé a Noruega, llegué como estudiante, porque conocí un chico noruego en España y bueno, la historia se cuenta sola. Y me quedé en Noruega.
¿No fue difícil acostumbrarse a Noruega?
Fue difícil, pero no sentía eso de querer volver. Cuando tienes 20, 22 años te adaptas muy fácil a cualquier circunstancia.
¿Ya escribías?
Siempre he escrito. Ya había publicado algunos cuentos. Hasta que en 2006, viviendo en Noruega, publiqué el primer libro de cuentos.
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¿Por qué estudiaste turismo?
No sabía muy bien qué hacer. Quería ser cocinera y no había escuelas de cocina.
¿Escribir es una forma de cocinar?
Sí (risas). Tienes que pensar en qué vas a preparar, tienes que preparar los ingredientes. Está el proceso de selección, preparación, cocción y la presentación. Tiene mucho que ver la disposición, el ánimo; tienes que estar pensando constantemente qué vas a hacer con esos ingredientes. Aunque tengas recetas —en la escritura también hay recetas—, uno también puede ir añadiendo su propio ingrediente y sazón.
También se cocina para sobrevivir. ¿Se escribe para sobrevivir?
A veces, puede ser… (Se queda en silencio). Iba a decir un cable a tierra, pero no lo es... Escribir lo tengo que hacer, es un quehacer diario.
En tu novela noto una intención de ‘poner en valor’ el silencio. ¿Es así?
Cuando uno escribe, lo hace para uno solo. No soy de las personas que pueda escribir en un café o en una biblioteca. Siempre estoy en mi casa y siempre hacia adentro. Es un silencio que permite que se dé la escritura. Cuando llega el silencio después de todo el ruido, ese texto viene desde adentro, desde el silencio.
Hoy vivimos una bulla permanente, una que sale incluso de las pantallas. En el libro dices que no sabemos mantener el silencio, que la mudez es una necesidad orgánica, que el cuerpo pide silencio. Por favor, ¿cómo lograr que se aprenda a usar el silencio?
(Sonríe). Yo vivo en una ciudad silenciosa. También es una cuestión cultural. He entrado a una sala de espera de un médico (en Noruega) y es un sitio donde he experimentado los silencios más intensos. Nos cuesta cada vez más estar en silencio, aun cuando estemos con este aparato (señala el celular), todo lo que sale de ahí es ruido: gente opinando, videos, luces, ruido visual. Yo sí creo que es necesario (el silencio), porque es como dormir, como el descanso a toda esa sobreestimulación constante. Hay mucha gente que le cuesta estar en silencio, casi les asusta.
La idea de estar solo es otro tema en la novela.
Siempre mis textos son de gente que está relativamente sola, o son dos personas hablando, o una persona sentada en un cuarto reflexionando. Y siempre ha sido de una manera inconsciente. No quiero escribir sobre la soledad, pero mis personajes son solitarios.
En medio de esa suerte de caos emocional que le toca vivir a la profesora, la protagonista de la novela, un perro la ‘salva’. ¿Por qué, finalmente, un animal nos puede ‘salvar’? ¿Necesitamos salvarnos de los humanos?
(Ríe). Claro, pero el perro en el libro está humanizado. No intento decir eso en el libro, si es que intento decir algo. Creo que es un libro sobre la compasión y la empatía, que son cualidades humanas.
Pero, al parecer, quien ejerce esa compasión y empatía es el animal.
Claro, él lo entiende todo. Pero entre los amigos también hay una compasión: el amigo queriendo cuidar a la amiga, la empatía de ella tratando de ponerse en el lugar de él y por momentos también abandonándose.
Pero ella también pierde esa batalla de la empatía y solo se deja llevar.
Ella calla, se queda sin habla y empieza a hablar su amigo. Y ella está todo el tiempo observando, pensando, un silencio que no es silencio, está todo el tiempo pendiente de lo que le rodea, pero no pronuncia palabras. Ella no sabe qué hacer con su amigo. Y el amigo no sabe qué hacer por ella, que está deprimida. Es eso: ¿Qué hacer con el otro o con nosotros? Hay situaciones donde uno se puede cansar, que era mi caso con el texto, sentía que no avanzaba, a veces pensaba que era un despropósito escribir una novela, siempre fui escritora de cuentos, tenía muchas dudas y eso se ve reflejado en el discurso de ella.
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Los personajes principales viven en contradicción. ¿Hay que ‘valorar’ la contradicción?
No sé si ‘valorar’; por lo menos, aceptar. En las redes sociales se exige coherencia, pero qué tan coherentes podemos ser los humanos. Precisamente, lo que nos hace humanos es enfrentarnos; en la novela, ella se enfrenta a su depresión, al lado más oscuro; él se enfrenta a sus dudas.
Pese a que Ovidiu no es peruano, parece bien peruano.
Sí, no es la primera vez que me lo dicen.
¿Eso quiere decir que no solo los peruanos somos así?
Los humanos somos así. Ovidiu es un personaje machista, porque vivimos en sociedades machistas. Pero al mismo tiempo es un tipo que trata de hacer el bien a su manera. Desde afuera puede parecer una contradicción: “¿Cómo un tipo machista puede ser bueno?”. Pero sí, ¿no? Puede ser bueno. No somos la coherencia andante ni seres intachables; llegar a pensar que no tenemos ropa sucia… Si negamos o no nos acercamos a ver nuestra propia oscuridad, no nos vamos a entender
¿Esa exposición de la contradicción en la novela no te hizo pensar en dar macha atrás?
Como todo el mundo puede opinar, también te pueden exigir una postura, te pueden exigir coherencia. Pero al fin y al cabo esta es una obra de ficción. Si hay alguna coherencia es la mía con el escrito. Si se empieza a exigir valores o parámetros a partir de obras de ficción, estamos yendo para el lado equivocado. Si la ficción sirve para algo es para tener una visión más amplia.
El miedo también está en ella.
Ni siquiera diría hay que enfrentarlo. No. ¿Por qué? Si le tengo miedo a la araña, ¿por qué me voy acercar a ella? Y volvemos al tema: se nos exige que enfrentemos el miedo, ¿pero por qué? Quizás mejor sería observar, tal vez a distancia, un poco como escribir. Observar a la araña y sentir el miedo, pero no para dejarlo de sentir, no para decir “ya, me liberé” sino para saber qué es.
Y ‘Yo maté a un perro en Rumanía’ es una observación permanente.
Sí, una observación agotadora, porque es un texto largo…
¿Vivimos un tiempo de miedos?
Ahora es más el miedo porque estamos observados y vigilados. Hay una sobreexposición.
¿Por eso hoy, sobre todo, los libros son importantes?
Los libros son importantes de todas formas. Para mí han sido una ventanita, que no son las redes sociales ni la ventana de mi balcón. Es algo muy interior.
AUTOFICHA:
-“Soy María Claudia Ulloa Donoso. Tengo 44 años. Nací en Lima”.
-“Mi madre es economista y mi padre es taxista, ecuatoriano. Artistas hay en mi familia, pero son músicos. Por ejemplo, tengo una prima que toca el bajo. No tengo mucha relación con mi padre, vive en otro país. Mi madre es mi lectora; siempre me dijo ‘sigue escribiendo’”.
-“En Noruega me dedico a enseñar y escribir. También escribo material didáctico, textos que se usan en libros de enseñanza en español. Estudié Turismo y también Sociología, aunque yo quería estudiar Lengua. He trabajado en restaurantes noruegos, unos dos años, pero es un trabajo muy agotador”.

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