“Tenemos un Congreso populista que legisla a espaldas de lo que requiere el país para crecer y desarrollarse, aprobando normas que están torpedeando una serie de instituciones y logros”. (Foto: Neo-Kat/Flickr)
“Tenemos un Congreso populista que legisla a espaldas de lo que requiere el país para crecer y desarrollarse, aprobando normas que están torpedeando una serie de instituciones y logros”. (Foto: Neo-Kat/Flickr)

Este es tema de conversación en muchos lugares a los que voy. A pesar de sus fortalezas macroeconómicas y al buen período de crecimiento entre 1994 y 2010, gracias a las reformas de los noventa y a la muy criticada Constitución de 1993, el Perú enfrenta hoy grandes desafíos: aumento de la pobreza y de las desigualdades, institucionalidad democrática y Estado de derecho endeble, fuerte polarización política y social y una ralentización del crecimiento.

El fracaso para abordar estos problemas, y el cúmulo de promesas incumplidas de los que llegan al poder, ha ocasionado que los gobiernos pierdan legitimidad ante los ciudadanos, quienes se sienten cada vez más insatisfechos con la forma en que funciona nuestra democracia. Por otro lado, vivimos también bajo un sistema de justicia inoperante y paquidérmica donde las investigaciones fiscales y los juicios demoran una eternidad, resultando en la percepción generalizada de que se promueve la impunidad. Por último, la delincuencia y la corrupción campean sin control.

Los problemas son múltiples y generalizados. Tenemos un Congreso populista que legisla a espaldas de lo que requiere el país para crecer y desarrollarse, aprobando normas que están torpedeando una serie de instituciones y logros, como el sistema privado de pensiones, la reforma educativa, la libertad de empresa y el rol subsidiario del Estado, muchas de ellas claramente inconstitucionales. A este Congreso debemos agregar un Ejecutivo mediocre con muchos gobiernos regionales y locales verdaderamente ineptos, cuando no corruptos, y un gobierno central muy debilitado.

No parece haber nadie con liderazgo para impulsar una verdadera reforma política y retomar las reformas estructurales que quedaron a medias en los noventa para incrementar nuestra productividad y reducir la informalidad que, si bien es una válvula de escape para muchos, no es una solución sostenible para mejorar la calidad de vida de la población. Lo más triste es que nos hemos pasado las últimas tres décadas proponiendo una y otra vez las mismas reformas pendientes, pero legislando en la dirección opuesta. Sabemos lo que tenemos que hacer, pero elegimos a los que no están dispuestos a hacerlo. Requerimos además una reforma política que los que tienen el poder no quieren aprobar porque saben que cualquier cambio sustantivo para mejorar la forma de hacer política, los dejaría afuera.

Con el paso del tiempo nuestra débil democracia e institucionalidad se erosiona inexorablemente y terminará menguando nuestra fortaleza macroeconómica. Difícil ser optimistas en este contexto. Lo más probable es que las próximas elecciones nos traigan más de lo mismo, incrementando el malestar general del pueblo y la inestabilidad. No se ve luz al final del túnel. Hace ya varias décadas Jorge Basadre escribió que el Perú es más grande que sus problemas, ¿lo sigue siendo?

TAGS RELACIONADOS