Por Rafael Cortez / Investigador del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico (CIUP)
En el día Mundial de la Salud Mental, reflexionamos sobre la condición de salud mental de los peruanos que está siendo visiblemente afectada y que tiene consecuencias económicas en las familias y la sociedad. A nivel mundial, no menos de un tercio de la población sufrirá de alguna dolencia de salud mental a lo largo de su vida, en tanto, el gasto en salud mental es menor en comparación a lo que se gasta en la salud física. De acuerdo con el último estudio de carga de enfermedad (2023), los trastornos mentales en el Perú representan 32.4 años de vida saludable perdidos (AVISA) por discapacidad y muerte prematura por cada 1,000 habitantes. A nivel mundial se estima que el 4% del producto bruto interno se pierde por enfermedades mentales. Por otro lado, los trastornos mentales añaden costos a los hogares por la compra de medicamentos y atención médica, pérdidas del flujo de ingreso de las personas afectadas debido al ausentismo y presentismo (trabajadores que asisten a sus empleos cuando no deberían y presentan baja productividad), y abandono de empleos. Además, representan un alto costo en tiempo e ingresos para los miembros del hogar que deben actuar como cuidadores de familiares cercanos, además de los efectos emocionales que tienen sobre los miembros de la familia. Los trastornos de la salud mental también impactan en la formación de capital humano (en el aprendizaje y en la salud física) y, por tanto, en la productividad laboral e ingresos a futuro.
Los retos de la salud mental están presentes en todo el ciclo de vida, y en cada grupo poblacional se exige respuestas diferentes de los hogares y del Estado. En nuestras ciudades, la inseguridad y violencia son factores constantes de estrés que inciden en los comportamientos y emociones desde temprana edad. Otros trastornos de salud mental que se gatillan en la adolescencia requieren tratamientos de alto costo en medicación y acceso personal especializado, el cual es escaso. El deterioro de la salud mental de las personas las hace un grupo vulnerable, que fácilmente entra en el círculo de la pobreza y la exclusión. El estigma de trastornos mentales dificulta su inserción en el mercado y vida social.
Los datos de la salud mental en el Perú no son favorables. La demanda de servicios de salud mental sigue en aumento (1.9 millones de casos en 2023 y se estima en más de 2 millones en 2024), especialmente por trastornos de ansiedad y depresión. La salud mental de los adolescentes alerta sobre los impactos a futuro en el proceso de aprendizaje y productividad laboral. La encuesta demográfica de salud familiar (ENDES 2023) señala que el 32.3% de la población joven de 15 a 29 años tuvo algún problema de salud mental o emocional en los últimos 12 meses, frente al 29.4% de la población total adulta mayor de 30 años. La ENDES también muestra que el 23% de la población joven se sintió desanimada, deprimida, triste o sin esperanza y el 5.6% pensó en hacerse daño.
¿Qué se ha hecho para responder con eficacia a los trastornos mentales de la población? En la última década, el Estado hizo un cambio significativo en el apoyo a la salud mental. El presupuesto asignado se triplicó desde 2015 a 2023, llegando a casi 600 millones de soles, subiendo de 1.4% a 2% del total del presupuesto en salud. Dicha inversión llevó a instalar servicios con enfoque comunitario en más de 290 centros de salud mental, 50 centros de hogares protegidos y 1,100 establecimientos de primer nivel de atención, priorizando la atención de salud preventiva, tratamiento y rehabilitación psico-social. Sin embargo, tenemos 2.1 psiquiatras por cada 100,000 personas, cifra muy por debajo de la media mundial de 3.97, mientras que, en EE.UU., Chile, Argentina, y la Unión Europea cuentan con 17.3, 15, 10.5, y 9 psiquiatras por 100,000 personas, respectivamente.
Es esencial continuar asignando más recursos a la salud mental, producir más especialistas en esta área y tener una meta de incremento del gasto de por lo menos 50% en los próximos cinco años con énfasis en los servicios de salud mental comunitarios y atención primaria. El financiamiento por resultados a los prestadores aseguraría que sean más eficientes en la entrega de servicios de salud mental. También, se requiere integrar la prevención y promoción de la salud mental, desarrollar recursos humanos para el cuidado de la salud mental, y continuar con la comunicación social a la comunidad. El foco de la agenda es sin duda el grupo vulnerable de adolescentes y niños que se constituirán en un futuro cercano en el centro de nuestra comunidad y fuerza laboral.