BLANQUIRROJO. Con una sonrisa de sabor nacional y convertido en compatriota, Oliver Sonne arribó ayer a Lima.
BLANQUIRROJO. Con una sonrisa de sabor nacional y convertido en compatriota, Oliver Sonne arribó ayer a Lima.

En el fútbol no hay que ser Colón. Igual este 12 de octubre descubriremos si ese tal Oliver Sonne llegó a esta parte de las Américas para conquistar a la afición nacional. Algunos millones de peruanos no lo han visto aún patear un balón, pero ya exigen que este gran danés del Silkeborg IF esté entre los once titulares que intentarán este jueves descubrir lo que es ganar en Santiago por vez primera en una eliminatoria mundialista.

Desembarcar en Chile y tocar el suelo de la derrota ha sido una constante cada cuatro años. Y lo sabe bien Juan Reynoso, el capitán de este barco y de aquella selección que, allá por 1997, un 12 de octubre, precisamente como este próximo jueves, descubrió lo que fue tal vez la peor noche de su carrera. Al ‘Cabezón’ le ganaron, lo golearon y hasta le pegaron.

En un Santiago hostil, el entonces equipo de Juan Carlos Oblitas debió enfrentarse a todo un país que le declaró la guerra apenas bajó del avión. Afuera, en las calles, los insultaron, no los dejaron dormir; adentro, en el estadio, silbaron el himno nacional y los insultos se prolongaron. Aplastados mentalmente, al equipo lo apabullaron, le metieron cuatro. Francia 98 estaba a un solo punto, pero murió para nosotros aquella noche.

“Creo que, si hubiera sido un partido de trámite normal, nosotros tendríamos que haber sacado un mejor resultado para clasificar al mundial. Ese fue un partido extraño, salimos bastante distraídos”, reflexionaría Reynoso en una entrevista para Don Balón Perú, meses después de esa dolorosa eliminación. Fue su último proceso clasificatorio. Tras tres intentos, Reynoso se quedó sin descubrir lo que era clasificar a un mundial.

No hay que ser Colón, pues, para saber que Santiago fue siempre una dolorosa estadía para la selección. La responsabilidad histórica pesa un kilo más cada vez que la bicolor viaja hacia allá en busca de ese triunfo que nunca fue. Ni con Cubillas ni con Sotil, ni con el mejor Paolo.

Aunque este Guerrero resucitado, reencauchado, reconciliado con el gol, sabe bien lo que es ganarle a Chile, humillarlo, eliminarlo. La recuperación de nuestro delantero histórico, figura estelar de una Copa Sudamericana que en unas semanas podría ser suya, nuestra, y de LDU, también llega en el momento preciso de esta emergencia nacional llamada falta de gol, que suele castigar a nuestra selección en largas etapas de su historia. Y no hay que ser Colón para saber que en el fútbol se gana con goles y que este renovado y casi cuarentón San Paolo nos puede seguir cumpliendo los milagros más inauditos. Su titularidad, su presencia en la selección hasta hace poco cuestionada, está hoy fuera de toda discusión. El fútbol, como la pelota, da vueltas.

Guerrero y Advíncula, el otro copero finalista con Boca Juniors, ya están en Lima, y Sonne ya conoce el Perú. El defensa arribó la tarde de ayer a su nuevo país y hoy entrenará en la Videna con sus flamantes compatriotas. La selección se completa y Reynoso tendrá cuatro días para darle forma a un equipo que debe aprender a atacar y a patear al arco.

En el fútbol no hay que ser Colón, aunque permítanme redescubrirles la memoria. Hace poquito nomás, un 12 de octubre, como este mismísimo jueves eliminatorio, pero de 2018 y en Miami, Perú, el de Ricardo Gareca, le hizo tres a Chile. Tres a cero, en un escandaloso baile amistoso. Hay, pues, también, doces de octubre felices, llenos de orgullo, dignos de recordar y, por qué no, posibles de repetir. Todo es posible. Total, Colón no descubrió el fútbol