Médico francés cofundador de Médicos sin Fronteras y creador del Samusocial (Foto: Manuel Melgar)
Médico francés cofundador de Médicos sin Fronteras y creador del Samusocial (Foto: Manuel Melgar)

Nació en París, pero al parecer su corazón se quedó en Córcega. Es una isla pequeña en el mediterráneo, frente a las costas de Francia e Italia. Su origen familiar pervive en esa región, a la que define como la más linda del mundo. Y es uno de los lugares donde hay más monumentos a los muertos. Así lo asegura el médico emergencista Xavier Emmanuelli, de 81 años. “Estoy un poco loco, pero espero a la muerte con mucho interés”, me dice sentado en una de las oficinas de la Embajada de Francia en Lima, que hizo posible su presencia en el Perú.

Hacia 1972, en Bangladesh, fue su primera misión como parte de Médicos sin Fronteras, que cofundó un año antes, organización que hace dos décadas ganó el Premio Nobel de la Paz. En el país asiático fue testigo de cómo la viruela mataba a muchos niños. Pero cuatro años más tarde también fue testigo de cómo ya no había ningún caso de viruela en el mundo. La medicina había triunfado y él cumplía su razón de ser: ayudar a los más necesitados. Misión que lo llevó a crear el Samusocial en 1993, asociación sin fines de lucro que cumple 15 años en el Perú –como en Moscú y El Cairo–, cooperando para promover el derecho a la salud y la lucha contra la exclusión social.

Viste una corbata fucsia, un saco negro, zapatillas negras y un pantalón beige. Tiene el pelo cano y, sobre todo, sonríe con frecuencia. Hace una pausa en la entrevista, coge una hoja en blanco, pide un lápiz y se autorretrata con un estetoscopio. Se dibuja como si fuera el personaje de un cómic. “¿Ves?, soy médico”, subraya y ríe.

En 1999, Médicos sin Fronteras recibió el Premio Nobel de la Paz. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

Cada vez que creamos algo decimos que es una gota en el océano. Sin embargo, eso ayuda. Simbólicamente se empiezan a cambiar las cosas, toma tiempo. Y lo que nos legitima son nuestras acciones. Cuando hemos creado Médicos sin Fronteras, nos tomaron por locos.

¿Qué les decían?

Que éramos boy scouts, que queríamos salvar nuestra alma, aventureros y espías. Se cree que los ‘médicos normales’ están en la universidad, en el hospital o en su consultorio, pero que no pueden estar en la calle. Se preguntaban qué escondíamos, qué tipo de políticos éramos, si éramos comunistas. Éramos jóvenes y habíamos vivido la descolonización de Argelia, la guerra en Vietnam, lo que se vivía en América Central, un gran movimiento de las ideas a nivel mundial. Soñábamos con la fraternidad. Era un sueño de médico y ganas de tener tu sitio en el mundo. Todo ello tiene que ver con la empatía y la compasión. Tiene que ver con la búsqueda del sentido de tu vida.

¿Por qué se hizo médico?

Mi papá era médico, pero yo era mejor para dibujar cómics. Al final, quise que mi papá sea feliz porque él pensaba que ser artista no era una profesión. Ya en los estudios me fascinó la parasitología y empecé a soñar con África, adonde llegué a ir.

En la década del 90 crea el Samusocial. Permanecía en usted la necesidad de hacer algo por la humanidad. ¿Por qué?

Con Médicos sin Fronteras encontré el sida, hacia los años 83, 85. Era una enfermedad tan rara que ni siquiera podíamos describirla. Era el fracaso de los médicos, no sabíamos cómo enfrentarla. Busqué entrar como médico a la cárcel más grande de Europa, donde consumían drogas inyectándose en el brazo. De 3,500 detenidos, mil tenían sida. Nadie sabía qué hacer. Peleé para que haya consultas. Ahí entendí lo que era la exclusión y pensé que se debía alcanzar a esas personas que no pedían nada, ni siquiera sabían si tenían una identidad. Decidí crear el Samusocial bajo el mismo modelo del Samu. La idea era ir a las calles al encuentro de estas personas.

¿La esencia del Samusocial es que las personas sientan que alguien está contigo?

Es una manera de luchar contra la fatalidad, que las cosas sí pueden cambiar.

¿Y otra vez desconfiaron de las intenciones de esa labor?

Sí. Me decían que Francia era un país de leyes y que no se necesitaba ayuda humanitaria. Me decían que si hacía eso, estaba creando un sistema paralelo. En un ministerio, en esa época, una dama me dijo esto: “Doctor, está bien, pero no vamos a crear su sistema porque haría aparecer una población que no vamos a poder atender”.

Una respuesta cruel.

Y le dije: soy médico y no puedo entender esa respuesta. Me sentí ofendido. Pero existe la justicia. Cuando me nombraron en el gobierno, la primera persona que conocí fue esa señora (risas). Solo nos miramos.

¿Cómo definir la exclusión?

Es la enfermedad del vínculo. Las relaciones, por nuestro modo de trabajo, se están transformando. En nuestro modo de producción cada uno es competencia del otro, un lugar donde la exclusión ‘tiene futuro’.

En la sociedad actual se desconfía de los políticos, los periodistas y también de los médicos. ¿Por qué pasa eso?

Antes los médicos tenían cinco funciones: diagnosticar y dar un tratamiento; ser mediador familiar y hasta formar parte de la familia; tenía un estatus en la sociedad, casi un notable; era un hombre de experiencia, no era un brujo pero sí alguien que sabía más; y cuando el médico atendía a alguien que iba a morir o padecía una enfermedad grave, atendía gratis. Hoy somos mecánicos.

¿Se podrá recuperar el sentido de la vida?

Por supuesto. Los jóvenes buscan eso. Hay un concepto que es la desrealización de la realidad. La gente tiene sed de encontrar de nuevo el sentido de la vida.

¿Por eso el mundo está especialmente convulsionado?

Sí. Está dicho en la Biblia: “Darás a luz en el dolor”.

¿Volvería a ser médico o esta vez elegiría el cómic?

Es una pregunta pérfida (ríe). Ser médico me permite atravesar la vida. Pero sí extraño dibujar.

AUTOFICHA:

- “Tengo 81 años de edad, nací en París, pero mi ascendencia está en Córcega, una isla en el mediterráneo. Soy anestesista, reanimador, emergencista. Seguí Medicina de Marina, Leprología –pero ya no tengo muchos pacientes últimamente (ríe)– y Filosofía”.

- “Mis padres han sido maestros y mi padre luego se volvió médico. Samusocial está en 17 países. Pero mi imperialismo no tiene fin (risas). Al Perú llegué en los primeros años de este siglo para ayudar, y empezamos por Huaycán, en 2004. Yo creo que sí hemos sido útiles”.

- “Con el Samusocial en Lima trabajamos en los barrios marginados de Ate y en Santa Rosa, en Lima Norte, donde la vida es dura. Y tenemos más proyectos. La providencia me permite vivir hasta ahora para ver estos momentos, que estas acciones perviven en el tiempo. En el Perú llevamos 15 años”.