Violeta Ardiles: “No sé si fui valiente o imprudente, pero di todo”

“Qué satisfacción ver a mis alumnitos ir por primera vez a los colegios de secundaria. ¡Y destacaban, ah! Eran bien estudiositos. Luego volvían y me decían: ‘profesora, eso que tú me enseñaste es lo mismo que me están enseñando’. Venían contentos y yo más. Eran mis hijos”, rememora.
Violeta Ardiles, profesora ganadora de las Palmas Magisteriales. (Francisco Neyra/GEC)

El espíritu de servicio es una vocación que nace desde el corazón y aterriza en distintos terrenos. La docencia es uno de esos espacios, bastante accidentado y agreste, pero también plagado de satisfacciones, lecciones y gratitud. Así fue el camino de Violeta Ardiles desde 1969, año en el que llegó a la escuela primaria N°13032 Rampac Grande, ubicada en una comunidad campesina de Áncash, donde todos hablaban quechua.

Al inicio, la profesora les entendía con dificultad. Su quechua tenía vocablos distintos al de sus pequeños alumnos. Por eso, ocurrió un incidente que hasta ahora la conmueve. En esa época, había doble jornada escolar; es decir, los niños estudiaban mañana y tarde. En el segundo turno, mientras la profesora Violeta empezaba la clase, una niña se le acercó un poco desesperada a hablarle. “La abuelita de Gloria se ha roto” fue lo que entendió la maestra. “¿Qué se ha roto?”, preguntó. La niña no le precisaba dónde se había lesionado, pero insistía, muy alarmada, en decirle que el único familiar que le quedaba a una de las alumnas se había “roto”. “¡Ashnum!”, le profirió la menor. La profesora continuó su clase, pues no tenía conocimientos médicos y, aunque quisiera, no podía ayudar a la abuela.

Cincuenta años después, a solo unas horas de ser condecorada con las Palmas Magisteriales y de recibir el título de Amauta que otorga el Ministerio de Educación, doña Violeta saca un pedazo de papel para enjugarse los ojos mientras recuerda que mantuvo a Gloria toda la tarde en la escuela mientras su abuela yacía muerta en su casa. La niña le estaba advirtiendo que la anciana había fallecido, no que se había roto. Aunque fue un golpe doloroso para Violeta, no la hizo retroceder. Al contrario, se empeñó aún más en aprender el idioma y darles lo mejor a sus estudiantes hasta que tenga fuerzas. Promesa que ha cumplido, pues, aunque ya no trabaja como docente, escribe libros para niños.

¿Cómo fueron los primeros años en que tuvo que dejar su tierra y a su familia para poder estudiar la secundaria?

Eran muy tristes, por mucho que llegué a la casa de un pariente. Para mi buenísima suerte, mi tío tenía una hija que se volvió como mi hermana, ella era hija única. Luego llegó una prima más y fuimos tres en esa casa. Mi tío nos quería igual como si fuéramos sus hijas. Pero siempre uno extraña su casa, a sus padres, a sus hermanos, su comida, su trato, su calor. Pero las circunstancias te obligan a enfrentar otras cosas.

¿Siempre tuvo la vocación de enseñar o apareció en algún momento específico?

Fue la necesidad. Mi sueño era ser periodista, pertenecía al club de periodismo, pero en Huaraz no había esa carrera, pues. Había solamente la Escuela Normal Mercedes Indacochea para mujeres y la Escuela Normal de Tingo para varones, ambas formaban únicamente a profesores. No había universidad. Entonces yo dije: ¿voy a exigir a mis padres que me manden a estudiar Periodismo a Lima? Quizás me hubiesen mandado, pero yo no quería que se sacrifiquen tanto.

Decidió quedarse en Huaraz para ser docente.

Una vez que entré a estudiar, salió lo que yo tenía guardadito ahí para ser docente. No es que la había escogido, pero tuve que afrontarlo. Ahora amo la docencia, es parte de mi vida.

Violeta Ardiles: “No sé si fui valiente o imprudente, pero di todo”. (Francisco Neyra/GEC)
¿Usted vivió el terremoto del 70?

Yo soy una sobreviviente de ese terremoto. Estuve en el centro de Huaraz y salí ilesa. Los rasguños y golpes me los hice cuando ayudé a censar a los damnificados, casi me rompí la pierna y el brazo.

¿Cómo llegó a la escuela de Rampac Grande? ¿Ya conocía?

No tenía ni idea de dónde estaba. Me salió mi resolución y me designaron en esa escuela.

¿Cómo era esa zona?

No tenía nada. No había lugares que alquilen cuartos, pensiones para comer, solo vendían gaseosas y pan. Encontré un mundo diferente al mío en todo sentido, con niños quechuahablantes. Yo entendía un poquito de quechua y hablaba otro poquito. Pero mi responsabilidad era trabajar y rendir.

Violeta Ardiles: “No sé si fui valiente o imprudente, pero di todo”. (Francisco Neyra/GEC)
¿El colegio era muy pequeño?

Había dos aulas que luego se cayeron en un terremoto y nos quedamos sin nada. Hacíamos nuestra clase debajo de un pacay grande, en el patio de una vecina. Ahí sufrí mi primera amigdalitis, mi primera bronquitis, mi primera infección al estómago y cólicos que me acompañan hasta ahora. El agua llegaba por una acequia y mi cuerpo no estaba inmunizado para esas cosas; en cambio, la gente de ahí la tomaban y no les pasaba nada. Sufrí duro.

¿Aún no cuentan con agua potable en esa comunidad?

Sí, ahora tienen agua, carreteras, luz, no sé si desagüe. Cuando yo llegué, no había nada. Así que no sé si fui muy valiente o muy imprudente para trabajar en esas condiciones. Pero mi satisfacción es haber dado todo, haber logrado que esos niños que nunca habían conocido el colegio luego se fueran hasta Carhuaz para estudiar la secundaria. Qué satisfacción ver a mis alumnitos ir por primera vez a esos colegios. ¡Y destacaban, ah! Eran bien estudiositos. Luego volvían y me decían: ‘Profesora, eso que tú me enseñaste es lo mismo que me están enseñando’. Venían contentos y yo más. Eran mis hijos.

No era nada fácil.

Así era el trabajo en esos tiempos. Muy difíciles, pero te forman el carácter, te enseñan muchas cosas. Más que tú enseñes, aprendes en esos lugares. Tienes que ser un mago. En las zonas rurales, un profesor también es cura, abogado, juez, partera. Una vez una señora vino: mi niñito se ha muerto, dale los santos óleos. ¿Cómo se darán los santos óleos? Yo rezaba lo que sabía, que era el padrenuestro y el avemaría. No había ni agua bendita, así que le echaba cualquier agüita. Yo rezaba en mí: Diosito, tú ves que no tenemos, perdóname, pero esta es el agua bendita.

¿Cree que la situación para los profesores ha mejorado?

En comparación con como yo he trabajado, sí me parece que ha mejorado, pero no es suficiente, hay muchísimo por hacer aún.

AUTOFICHA

- Soy Violeta Ardiles Poma, tengo 73 años, soy natural de un distrito de Huaraz llamado Pampas Grande, ahí estudié primaria, pero como no había secundaria, me mudé a la casa de unos parientes en Huaraz, donde estudié mi educación superior para ser docente”.

-“En Huaraz antes solo existían dos colegios de secundaria: Santa Rosa de Viterbo para mujeres y La Libertad para varones. De todos lados del norte del Perú iban a estudiar a esos colegios. Ahora, gracias a Dios, hay más colegios y más oportunidad de estudiar”.

- “Mi padre era agricultor. En Pampas Grande la mayoría se dedican a la agricultura, es una zona rural con amplios campos donde también hay mucho ganado. Me fui de mi casa cuando tenía 13 años. Al inicio no me gustaba, extrañaba mi casa, pero entendí que era para hacer algo mejor con mi vida”.

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