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Una novela por entregas: Duodécimo capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’

Este es el duodécimo capítulo de la novela ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’, de Juan José Roca Rey. Ilustrado por Mechaín.

Imagen
Fecha Actualización
Por: Juan José Roca Rey
La señora Clauss le explicó a Clarita el malentendido que hubo en el carro con Nicolás y, para disculparse por lo sucedido, lo invitaron a su cumpleaños número dieciocho.
- Creo que te debo una disculpa. – dijo Clarita.
- Feliz cumpleaños. – respondió Nicolás -. No te preocupes por eso.
- Sigue morado. – bromeó ella, mirándole el ojo.
- Un poco. – sonrió.
- Clarita, sube a arreglarte que ya viene Rodrigo. – interrumpió la señora Clauss -. No queremos que te vea así. Ya tienes dieciocho años, ponte algo más llamativo.
- Ahora subo para cambiarme. – dijo incómoda.
- No se te puede escapar un muchacho con un apellido así. A veces, para mantener a un hombre, tienes que mostrarte un poco más divertida. – agregó la señora Clauss.
Hacía muchos años que Clarita sabía que su madre veía la fortuna de la familia de Rodrigo como un seguro para su vejez.
- Rodrigo es un partidazo. – dijo la señora Clauss a Nicolás -. Solo espero que esta chiquita de mierda no lo arruine.
Clarita entró a su habitación y puso Alanis Morrissette a todo volumen. Se miró al espejo probándose algunos vestidos y eligió el que tenía más escote.
- I’m a bitch. I’m a lover. I’m a child. I’m a mother. I’m a sinner. I’m a saint. And I do not feel ashamed. – cantó sintiendo que se calmaba.
- ¡Llegó Rodrigo! – gritó su madre.
Terminó de alistarse rápidamente y bajó las escaleras.
-Estás preciosa - Dijo Rodrigo al verla.
- Que idiota. – susurró Nicolás y luego sonrió hipócritamente.
- ¿Qué dices? – preguntó la señora Clauss.
- Que deberías tomarles una foto. – cambió de tema.
- Se ven tan lindos juntos – comentó ella y los posicionó para la fotografía.
Rodrigo posó con el pecho inflado y el peinado con raya al costado, pero con un ligero desorden que le hacía ver rebelde. Sin perder el tiempo, abrazó a Clarita por la cintura.
Clarita miró a Rodrigo por unos segundos y recordó que había pasado más de un año desde que perdió la virginidad con él.
En aquella época, cuando Clarita aún tenía dieciséis, Rodrigo manejaba el Mercedes Benz de su padre y solía llevarla a la punta del cerro de Las Casuarinas. Una noche Rodrigo se estacionó con vista a las luces de la ciudad y ambos bajaron sus asientos. Este la besó con ansias y Clarita le respondió rozándole la lengua suavemente. Sintió las manos de Rodrigo en sus nalgas y lo abrazó del cuello, para tenerlo más cerca. Rodrigo llevó sus manos hacia el centro de sus piernas y ella sintió cómo se le escarapelaba el cuerpo. El muchacho no tenía duda alguna de que la pasaría genial, por lo que avanzó con convicción.
- No le digas a nadie – susurró Clarita.
- ¿A quién le voy a contar? – dijo Rodrigo, armando en su mente una lista de personas a las cuales narrarles lo que sucedía.
Por un momento, Clarita pensó en detenerlo, pero su madre siempre le repetía que no lo arruine y se dejó llevar.
Él quería sexo. Clarita quería un romance como el de la novela que leía. Rodrigo ya había experimentado con algunas prostitutas anteriormente. Ella era virgen. Pero él representaba un futuro asegurado y una vida llena de felicidad, según la señora Clauss.
A Clarita le dolió que Rodrigo intente penetrarla tan bruscamente. No sintió el placer que imaginaba. Quiso frenarlo, pero este continuó. Notó su aliento caliente humedeciéndole la oreja y sintió asco.
-Te gusta ¿Verdad? – dijo Rodrigo.
Clarita, a sus dieciséis años, se consumió en su propia rabia cuando vio que Rodrigo se descargó manchándole el vestido. El muchacho, con actitud victoriosa, se subió los pantalones y encendió el Mercedes.
Cuando llegó a su casa, Clarita se encerró en su cuarto a llorar. Aún le daba asco recordar la cara de Rodrigo, el olor de su aliento y los dolores en la entrepierna continuaban.
Antes de dormir, intentó borrar como pudo las manchas en sus prendas, para no dejar rastros de aquella noche. Prendió la radio y escuchó Alanis Morrissette por primera vez. Sintió que la música la tranquilizaba. Juró nunca más volver a verlo, pero no era la primera vez que juraba en vano.
Había pasado más de año desde aquella noche y aún lo tenía sonriendo orgulloso al lado, posando para que su madre les tome una fotografía.
- Qué lindos se ven. – repetía la señora Clauss, mientras le enseñaba la foto a Nicolás desde su celular.
Pero al ver la imagen, Nicolás pudo notar que los ojos con los que Clarita miraba a Rodrigo, evidenciaban la misma ira que cuando lo atacó, dejándole el ojo amoreteado, en el incidente con la señora Clauss.
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