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Una novela por entregas: Decimotercer capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’
'Cupido' es el decimotercer capítulo de 'La escala de colores entre el cielo y el infierno', de Juan José Roca Rey. Ilustrado por Mechaín.
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Fecha Actualización
Por Juan José Roca Rey
Nicolás notaba a Eduardo con actitud extraña. Cuando iban al bar, se la pasaba buscando algo entre la multitud, desinteresado por las mujeres que caminaban frente a ellos.
– ¿Estás bien? –preguntó Nicolás.
– ¿A qué te refieres? –contestó, aún sin prestar atención.
Nicolás le agarró del brazo bruscamente.
– ¡Mírame un segundo!
Eduardo volvió en sí y lo miró. Se apoyó en el respaldar de la silla y tomó lo que quedaba en el vaso.
– ¿Puedo contarte algo?
– Claro –respondió Nicolás.
– ¿Te acuerdas de la morena de hace unas semanas? Era Verdi, una exenamorada.
– ¿Y qué pasa con eso?
– Es mi única exenamorada. Pensé que la había superado después de tanto –contestó Eduardo–. Pero cuando la vi la otra noche, la maldita me removió todo.
– ¿Tú? ¿Enamorado?
– No sé si enamorado, pero con ella es como esperar a que la ruleta deje de girar. Me mantiene esperando impaciente.
– Eso tiene sentido.
– ¿Nunca te has guardado algo durante tanto tiempo que, cuando llega el momento de decirlo, no te salen las palabras?
– Se siente como si la vida te jodiese por el culo – dijo Nicolás.
– ¡Eduardo! ¡El timidito! – se escuchó una voz a lo lejos.
– ¿Verdi? – dijo Eduardo asustado.
– No pensé verte de nuevo – dijo Verdi y lo abrazó cariñosamente.
Eduardo no emitía ni un sonido y Nicolás no podía creer lo que veía. En unos segundos, el egocéntrico, conquistador y vendehúmo se mostraba encorvado y con la cara roja de la vergüenza.
– Soy Nicolás – se presentó riendo, mientras Eduardo salía del trance.
– Estoy yendo con unos amigos a mi casa –dijo Verdi–. ¿No quieren venir?
Nicolás golpeó el hombro de Eduardo para que reaccione y este asintió.
Caminaron unas pocas cuadras, siguiendo a Verdi y a unos personajes que tenían un estilo muy similar al de los hippies del festival de Woodstock, hasta que llegaron a una de las mansiones más antiguas de Barranco. El lugar estaba tan deteriorado que ambos sintieron que entraban a un antro de adictos al crack. Pero Eduardo seguía embobado con Verdi y a Nicolás le había gustado cómo lo miraba Isa, una de las hippies.
– Vengan. Siéntense por aquí –dijo Verdi y les acercó un par de vasos con un extraño ponche rojo.
Ambos lo tomaron sin preguntar y se sentaron en los colchones que estaban tirados en el suelo de la sala.
Harry, otro de los amigos de Verdi, se sentó al lado de esta y empezó a besarle el cuello con mucha naturalidad. Luego Verdi se levantó la blusa riendo y este bajó a besarle las tetas. Eduardo sintió como si un alfiler le atravesara el pecho, un dolor muy parecido al que sintió cuando Verdi lo dejó por primera vez.
– ¿Por qué haces eso con él? Deberías hacerlo conmigo –dijo Eduardo–. ¿Acabo de decir eso o me lo he imaginado? –pensó luego confundido–. ¿Cuánto rato me he quedado mirando? – continuó.
Eduardo comenzó a sentir que perdía el sentido de las cosas.
– ¿Qué tiene este trago? – preguntó.
Isa acariciaba el miembro de Nicolás en medio de la sala, mientras Harry se quitaba la ropa con Verdi.
– Es amor contenido en un vaso, se llama Cupido –respondió Verdi–. Solo déjate llevar.
Verdi se le acercó a Eduardo esta vez y le metió la lengua a la boca. Eduardo abrió los ojos por un segundo y vio que Nicolás caminaba con Isa hacia unas habitaciones.
– ¿Hacia dónde va esa ventana? – preguntó Nicolás, caminando maravillado por la sala.
Verdi se trepó encima de Eduardo y le desabrochó el pantalón. Este miró confundido alrededor y notó que el resto de personajes extravagantes se acariciaba mutuamente.
– ¿Estoy en una orgía? –se preguntó, perdiéndose en los besos de Verdi, mientras Harry los miraba sonriente.
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Al día siguiente, Nicolás salió de la habitación y vomitó por una de las ventanas de la sala, hacia un descampado. Recordó que en algún momento de la noche le había parecido un colorido jardín. Recogió sus cosas del suelo y fue a buscar a Eduardo.
– Despierta –dijo Nicolás, desenterrándolo de entre los cuerpos que yacían desnudos en los colchones.
Eduardo abrió los ojos y sin decir nada se alistó y salió con Nicolás a tomar el Metropolitano hacia la pensión. El sol ardía sin piedad y ambos sentían que morirían deshidratados.
– Putos hippies. ¿Qué nos han dado? – dijo Nicolás.
– No lo sé, pero Verdi…
– Es el diablo –interrumpió Nicolás–. Se andaba sorteando entre tú y ese tal Harry.
Eduardo se incomodó y empezó a recordar lo que había pasado con Verdi y Harry.
– Te lo dije. Verdi es como lanzar los dados. Como el casino –dijo Eduardo–. Aunque pierda, me deja queriéndolo intentar de nuevo.
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