Una novela en entregas ilustrada por Mechaín (Perú21).
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Ceteris paribus vs. carpe diem

Por Juan José Roca Rey

Nicolás despertó con Mari ese día. El sol había salido y los ruidos de los carros no eran tan molestos. Daban las diez de la mañana y seguían acariciándose en la cama.

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Cuando terminaron, se quedaron mirando las rajaduras del techo de la habitación, lo que hizo que Nicolás recuerde a Linda. Pero al ver a Mari, pudo proyectar un futuro lejos de Lima con ella.

Pasado el mediodía, sonó el teléfono. Era Eduardo avisándole a Nicolás que iría al bar.

– Podríamos ir con él ahora y mañana irnos a Oxa –sugirió Mari.

– Creo que mientras antes salgamos de aquí, mejor.

– Pero, Nico. Quiero conocer algo de tu vida.

– Mi vida no ha sido más que un conjunto de pajazos al aire.

– Ay, Nico. No digas eso –respondió Mari, riendo.

Cuando llegaron al bar, Nicolás le presentó a Eduardo y este ordenó una botella de ron para la mesa. Estuvieron tomando unas cuantas horas. Como era normal, Eduardo tomó el mando de la conversación y le contó a Mari sobre el estilo de vida alternativo que había descubierto con Verdi y Harry, para luego empezar a hablar sobre Nicolás.

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– Me voy a fumar un cigarro a la terraza –dijo Nicolás, al escuchar su nombre en la conversación.

Se demoró unos cuantos minutos afuera. Pensó en la decisión de mudarse y dejar para siempre la idea de Linda.

– ¿Qué será de ella? –pensó–. ¿Se alejó ella o fui yo? ¿Estará feliz?

Dio una calada más a su cigarrillo y lo tiró al suelo.

– Deja de pensar estupideces, justo cuando te dan la oportunidad de ser feliz –se dijo a sí mismo.

Cuando volvió a la mesa, la botella ya estaba por terminarse y Eduardo, ya borracho, ordenó otra más.

– Nos cuenta Mari que es tu último día en Lima –dijo Eduardo.

– Eso espero –respondió Nicolás–. Iba a ser hoy, pero un par de botellas se cruzaron en el camino –se rieron.

– Lo has debido hacer hace mucho, Nico. Has estado estancado aquí por años, tenías que salir y vivir. Los felicito –agregó Eduardo, haciendo su mejor esfuerzo para vocalizar–. Nunca ceteris paribus, siempre carpe diem.

– ¿Qué es eso? –preguntó Mari.

– Ceteris paribus se refiere a un escenario en el que todo permanece igual –respondió Eduardo–. Carpe diem es el opuesto; significa aprovechar el día.

Mari puso su mano en la pierna de Nicolás y este la entrelazó con sus dedos.

– ¿Linda? – preguntó Nicolás de repente, atorándose con el ron.

– ¿Qué me has dicho? –dijo Mari molesta.

– ¡Nico! –se escuchó una voz a lo lejos.

Ahí entraba Linda, casi dos años después, con esos agujeros negros que llevaba por ojos. Se les acercó y este se paró de la silla.

– ¿No me vas a presentar? – dijo Mari, incómoda.

– Disculpa. Claro que sí –dijo Nicolás, nervioso–. Ella es…

– Soy Mari –le interrumpió.

– Hola, Mari; soy Linda.

– La famosa Linda –dijo Mari–. Nico solía hablar mucho de ti.

De pronto, un tipo alto, flaco y atractivo se les acercó y abrazó a Linda por la cintura. Vestía muy a la moda y, por el reloj que mostraba orgulloso en su muñeca, se podía concluir que ganaba mucho dinero con lo que hacía.

– Les presento a Roberto, mi prometido –dijo Linda, esquivando la mirada de Nicolás.

– Los amigos de Linda son mis amigos –saludó Roberto, educadamente.

– ¿Prometido? –preguntó Mari, mirando a Nicolás victoriosa.

Eduardo se paró de la silla como pudo y se puso al lado de Nicolás.

– Así que tú eres Linda –dijo con voz seria.

– Sí –respondió ella–. A ti no te conozco.

– Soy el escultor que moldeó a un hombre hecho ruinas por el abandono, para transformarlo… – empezó Eduardo.

– Es Eduardo, vive en la pensión –lo cortó Nicolás, para que no siga fanfarroneando.

– ¡Claro! Lo mencionaste en la carta –dijo Linda.

– ¿La que nunca respondiste? –agregó Eduardo burlándose y volvió a sentarse.

– Cuéntale, Nico –dijo Mari, abrazándolo cariñosamente y haciéndoles notar que ahora Nicolás le pertenecía.

– ¿Qué cosa? –preguntó Nicolás.

– Nico y yo nos mudaremos mañana a Oxapampa.

– Mari es amiga mía de cuando me fui a trabajar por allá y tú te quedaste con… –Nicolás dejó de hablar automáticamente.

Don Aurelio se cruzó por la mente de casi todos.

– ¡Salud por la incómoda situación! –gritó Eduardo y se sirvió otro vaso.

– Bueno, tenemos que irnos –dijo Linda.

Esta se despidió y salió con Roberto caminando por la puerta del bar sin mirar atrás, mientras Nicolás se rompía en mil pedazos viéndola salir.

– Así que ella era la gran Linda –dijo Mari–. No era tan bonita como pensaba.

– Ella era –respondió Nicolás–. ¿Ceteris paribus o carpe diem? –pensó, mientras se terminaba en pocos segundos el vaso que Eduardo acababa de servir.

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