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Una novela por entregas: Decimocuarto capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’
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UN PEDAZO DE CIELO
Por Juan José Roca Rey
Cuando Mari llegó a Lima y vio a Nicolás, luego de tantos años, se dio cuenta de que había cambiado. Ya no era el mismo joven inocente que conoció en su momento; ahora se encontraba frente a esta persona curtida por el tiempo. No era solo el hecho de que se le estuviera pintando la cabeza con canas, sino que tenía la mirada de aquel que no tiene nada que perder.
De la estación de buses, fueron a la pensión y se pusieron a tomar.
– Cuéntame, Nico –dijo Mari–. ¿Qué pasó con la tal Linda de la que tanto me hablabas?
MIRA:
– ¿Linda? No la he visto hace mucho.
– Entonces ya no tienes nada por que quedarte en Lima.
– No. Creo que ya no me queda mucho por aquí.
– ¿Qué esperas para mudarte? –dijo Mari.
Nicolás lo pensó por unos segundos. Últimamente, solo veía a la señora Clauss y a su hija Clarita los días en los que tenía que pagar la renta y a Eduardo, que desde hacía algunas semanas había desaparecido con Verdi y Harry.
Desde afuera de la pensión se escuchó una discusión. La puerta se abrió y entró la señora Clauss con Clarita. La señora Clauss miró a Mari y se quedó pasmada pensando que se trataba de Linda.
– Hola –dijo Mari sin dudarlo–. Ustedes deben ser la señora Clauss y Clarita –continuó.
– ¿Tú eres la famosa Linda? –preguntó la señora Clauss.
– ¿Linda? No, soy Mari.
La señora Clauss cambió de cara cuando se enteró de que no se trataba del supuesto gran amor perdido de Nicolás. Pero aún estaba celosa del joven y escultural cuerpo de Mari.
– Nico, ¿les has hablado de esa tal Linda y no de mí? –dijo Mari.
– Ella es Mari, una amiga de mis épocas en Oxapampa. Se quedará unos días –dijo Nicolás.
– He venido para llevármelo –bromeó Mari.
– Un gusto conocerte –dijo la señora Clauss, hipócritamente.
– ¿Quieren tomarse algo con nosotros? –preguntó Mari.
- No. Seguro que tienen cosas que hacer –interrumpió Nicolás.
– A mí me encantaría una cerveza –respondió Clarita riendo, para incomodar a Nicolás.
– Un whisky bien cargado estaría bien –dijo la señora Clauss.
– Los traigo –dijo Mari.
– Te acompaño –se ofreció Nicolás.
Cuando llegaron a la cocina, Mari empezó a servir los vasos.
– ¿Qué has hecho? –preguntó Nicolás.
– ¿Ser educada?
– ¿Recuerdas que te dije que ambas estaban locas?
– Solo quiero conocer a la gente que te rodea. Es para saber más sobre ti.
– Si quieres saber algo sobre mí, habla conmigo.
– Tranquilo, Nico. Tú no vas a tener que hacer las preguntas –dijo, acercándose para besarlo.
– ¿Les ayudo en algo? –interrumpió Clarita, sorprendiéndolos.
– Todo está bien –dijo Nicolás–. Ya salimos.
Salieron a la sala y Mari conectó instantáneamente con ambas, aunque a Nicolás le incomodaba que el centro de la conversación esté enfocado en él. Clarita reía al ver la cara de incomodidad que ponía Nicolás y este aprovechaba en irse a la cocina cuando podía, para fumarse un cigarro a solas.
Por fin la señora Clauss y Clarita se despidieron y Mari se quedó ordenando las cosas con Nicolás.
– ¿Entonces también te has acostado con ella? –preguntó Mari–. Se le notaba.
– Pasó algo raro con la señora Clauss, pero solo nos besamos –respondió Nicolás.
– ¿Con la señora Clauss? ¡Me refería a Clarita!
– ¿Clarita? Pero si acaba de cumplir dieciocho hace solo unos meses.
– La pobre niña parecía enamorada de ti. No paraba de mirarte –dijo Mari–. ¿La señora Clauss? ¿Esa vieja? Creo que mereces algo mejor.
Nicolás miró a Mari y le vinieron recuerdos de las cosas positivas que le decía su madre cuando era un niño. Le brillaron los ojos esta vez.
– Te dije que tenías que sacarme de aquí –dijo este, acercándose a Mari.
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Ella volteó y lo besó nuevamente, pudiendo notar que, dentro de esa coraza curtida a golpes, aún había algo que salvar.
– Vámonos a Oxapampa mañana mismo –dijo Nicolás.
– ¿Ya no sientes nada por ella? –preguntó.
– ¿Por la señora Clauss?
– No hablo de la señora Clauss, sino de Linda.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque al parecer solo les hablaste de ella –dijo Mari decepcionada.
– No sé de Linda hace años y te acabo de decir que nos vayamos mañana mismo a Oxapampa.
Nicolás sabía que si Linda tocaba la puerta en ese instante, no lo pensaría dos veces para irse con ella. Pero tener a Mari a su lado le hizo sentir bien. Era como tener su propio pedazo de cielo en medio de su infierno. Significaba una oportunidad para estar acompañado y un nuevo escape de la realidad.
Mari lo besó, esta vez rozándole la lengua, trepándose encima de él y Nicolás la llevó cargada a la habitación.
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