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Rossella Di Paolo, poeta: “La ingenuidad es una forma de atravesar el mundo sin que te haga daño”

Cumple 50 años entregados a la poesía. Su reciente obra ‘Poesía reunida, 1985-2016′ agrupa cinco títulos publicados en más de tres décadas. Perú21 entrevistó a Rossella Di Paolo.

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Fecha Actualización
¿Cómo se debe recordar a Rossella Di Paolo en 100 años?
Asegura que es algo que no le preocupa. Pero insisto. “Como alguien que daba la vida por la literatura”, me dice. Está sentada en una mecedora blanca, frente a una pared de libros que ya no tienen donde estar.
Por lo pronto, este 2024 cumple 50 años entregados a la poesía. “Sí pues, es verdad, ¿no?”, me dice y ríe sorprendida sobre su edad literaria. Y, de alguna forma, Poesía reunida, 1985-2016 (Fondo de Cultura Económica), publicado en octubre último, es una justa celebración. Agrupa cinco libros publicados por su autora en más de tres décadas. Un conjunto refrescante y conmovedor de una de nuestras principales poetas.
Sus abuelos tenían un pequeño departamento en Ancón. “Pero no en la zona pituca, del Yatch, esa no”, aclara. Ahí terminó de aprender a montar bicicleta. Sola, con 10 años de edad. Pedaleaba por todo el malecón, con el mar a un lado, al que se lo llevó para siempre.
¿Por qué le encantaba ir por el mar?
Porque podía pensar.
¿Qué pensaba?
Qué pensaría… (risas). Las tareas del colegio, lo lindo que es ver el mar. A las 6 de la tarde, se veía a las anguilas que se habían quedado en la arena.
¿Sus padres no se preocupaban?
En esa época estaba con mis abuelos, que eran más permisivos. Y hasta nos daban propina para ir al truquero.
¿Truquero?
Era el que vendía lagartijas de plástico, caracolitos de plástico, chistes. Todo lo que estaba prohibido en mi casa.
Comenzó a escribir a los 7 años. ¿Esas escenas alimentaron el acto de escribir?
Me encantaba leer. Cuando era mi cumpleaños, me regalaban libros. Pero más le regalaban a mi hermano, como si las mujeres no leyéramos.
¿Cuando la veían leyendo le decían algo?
“¿Por qué no bajas a jugar?”. Yo me quedaba en mi cuarto leyendo. En cierta forma, para mí leer era jugar.
¿Cuando uno se hace grande pierde algunas virtudes?
Sí, claro, claro… Por ejemplo, la ingenuidad.
¿Por qué ser ingenuo es una virtud?
Porque es una forma de atravesar el mundo sin que el mundo, necesariamente, te haga daño, sin que te lesione, pasas por el mundo en estado de gracia. Pasas, pero el mundo no te hiere.
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¿En qué momento tuvo claro que se dedicaría a escribir?
Siempre tenía la sensación de que yo quería ser escritora, desde chiquita que empecé a escribir mis primeros cuentos de tres páginas, que siempre el personaje era un enanito (ríe). Escribí como diez cuentitos así, hasta que me lancé a hacer una novela, de diez páginas, ‘gran novela’ (risas).
¿Y por qué fue poeta?
No sé, no sé... Yo me imaginaba como una escritora de relatos. A los 14 años escribí mi primer poema.
¿Qué pasó?
Una vez estaba correteando por el corredor del colegio, no sé por qué. De pronto, vi un afiche con un dibujo en blanco y negro. Era una exhibición de pinturas y habían puesto un pequeño poema de Martín Adán. Qué lindo, ¿no? Te juro que en ese momento sentí, como deben sentir los curas y las monjas, el llamado. Me sentí tomada. Algo me sacó de tierra. Leí el poema: Sol brincó en el árbol / Después todo fue pájaros / Lejos, aquí, llovía / el cielo de tus manos... Era chiquito, unos versos más y se terminaba. Y yo dije: “Aquí sí se puede estar”. Así me lo dije, ah.
¿Y qué hizo?
Seguí corriendo. Seguro jugaba a las escondidas. Pero se me quedó acá. Después en la clase de literatura leímos un poema de Sologuren: Árbol, altar de ramas, / de pájaros, de hojas, / de sombra rumorosa; / en tu ofrenda callada, / en tu sereno anhelo, / hay soledad poblada/ de luz de tierra y cielo. Una mano me tomó Martín Adán y otra mano Javier Sologuren (risas). Qué lindo, dos autores peruanos me llevaron a la poesía.
¿Qué hizo luego de Sologuren?
Esa misma noche me senté en un sillón rojo y escribí mi primer poema, que era un hombre que pierde el camino hacia la ciudad y se queda dando vueltas por una montaña, se queda subiendo la montaña y muere arriba. Claro, parecía una mezcla de “caminante, no hay camino”, yo escuchaba a Serrat como una loca… Los 14 años fue la edad de los encuentros.
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¿Cómo han sido los primeros 64 años de edad?
Tengo siempre la sensación que uno se va de este mundo chasqueado. Uno nunca se va limpio, tranquilo; siempre te vas con algún tipo de rabia. Observo las caras de la gente muy mayor, tienen una amargura, un labio torcido, una cosa que te pones a pensar “¿qué le habrán hecho?”.
Hacia el final del libro, en un poema se pregunta: “¿De qué están hechos los prudentes, / los calmos, los que disuaden / sin disuadir…?”. ¿De qué está hecha Rossella?
Uy. Un poco de los prudentes y también de los imprudentes. Se quema el cartón, pero también sabe cómo apagarse. No me he incendiado por completo. He estado en el fuego, pero algo me ha protegido.
¿La poesía avivó el fuego?
Lo puso peor. A veces yo decía: ¿Y si dejo de escribir? Quizás mi vida sea más tranquila. Pero no puedo. Es como si dejara de existir. ¿Cómo hago?
Escribir y apagar el fuego.
Sí, es verdad…
AUTOFICHA:
-“Soy Rossella Wanda Olga Di Paolo Ferrarini. Tengo 64 años. Nací el 3 de enero, en Lima. Mi madre nació en Italia. Mi papá nació en el Perú, pero su papá en Italia y su mamá en Perú aunque de padres italianos. Yo siento que mis raíces están acá (en el Perú)”.
-“He escrito seis libros de poesía. Cinco están reunidos en el libro editado por el Fondo de Cultura Económica y otro que está circulando solo, porque además es un libro distinto, porque tiene dibujos y otras cosas, se llama Cielo a tierra. Estoy escribiendo otro libro”.
-“El próximo libro que escribo tiene poemas que tienen que ver con la pandemia; no todos, sino como soy yo, que me gusta mezclar la naturaleza con lo que pasa. De repente sale a finales de año. Ya está escrito. De alguna manera, sigo secuestrada por la pandemia. Y quiero conocer Londres y Lisboa”.

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