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‘Permiso para retirarme. Antimemorias 3’: Lee un fragmento del último libro de Alfredo Bryce Echenique
Compartimos uno de los relatos pertenecientes al capítulo de Personas y lugares, una anti memoria que tiene lugar en París y a un expresidente como protagonista.
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‘Permiso para retirarme. Antimemorias 3’. (Mechaín)
Fecha Actualización
Alfredo Bryce Echenique se retira de las lides creativas y pide permiso para hacerlo, aunque, a decir verdad, no hace sino animarnos a seguir leyéndolo con la tercera y última publicación de sus antimemorias.
Compuesto de cinco apartados, este libro nos regala episodios y escenarios memorables y autobiográficos, que se han convertido en referentes literarios como Un mundo para Julius o La vida exagerada de Martín Romaña.
En Permiso para retirarme encontraremos antimemorias insólitas en clave de humor, romanticismo y nostalgia. Hallaremos también el origen de muchas de sus publicaciones, así como semblanzas de personajes que han rondado por la vida del escritor. Difícil dejar de leer a Bryce. Cómo hacerlo si nos hemos acostumbrado a su pluma.
Compartimos uno de los relatos pertenecientes al capítulo de Personas y lugares, una anti memoria que tiene lugar en París y a un expresidente como protagonista.
Cada cuál peor que el otro
Hay el que inspira piedad,
hay el que da risa
y hay el que da miedo.
hay el que da risa
y hay el que da miedo.
I
Andábamos de copetineo Julio Ramón Ribeyro y yo, una noche de viernes, en el barrio de Pigalle. Era una noche de primavera y Julio Ramón, superadas ya sus terribles operaciones, se había atrevido a beberse unas copas de tinto en el interior de un bar, en un lugar tan lejano de la Place Falguière, su barrio. Un silencio sepulcral nos acompañaba desde hacía rato y Julio Ramón, sintiéndose incómodo y mal servido en ese bar, decidió que camináramos unas cuadras hasta un lugar menos malevo que aquel en que nos encontrábamos. Finalmente, decidimos trasladarnos al interior de otro bar menos concurrido y mejor atendido. Tuvimos suerte de encontrar dos asientos libres y en ellos nos sentamos. Pedimos unas copas más y empezamos a conversar sobre la obra de Stendhal. Para mí Stendhal era el más grande escritor del mundo y sus alrededores, y autores como Svevo y Proust eran también tan inmensos como el citado, y para Julio Ramón no había comparación entre libro alguno y Madame Bovary.
La noche transcurría serenamente cuando un músico de esos que canta primero y pasa la gorra después se puso casi al lado nuestro. Venía de la calle con un tremendo poncho y un chullo que, a nuestro parecer, solo podía provenir del Perú.
Acto seguido el individuo este nos miró atentamente a Julio Ramón y a mí y se arrancó con un guitarreo y entonó nada más y nada menos que El cóndor pasa. Y así, entre las habituales palmas se sacó el chullo y empezó a pasarlo entre un público que debía ponerle algunas monedas. Y cuando se acercó a Julio Ramón y a mí este último me dijo:
—Alfredo, por favor, préstame unas monedas para nuestro compatriota.
—No puedo, viejo, con las mías basta. Son muy pocas, pero a este cantante no le queda más remedio que conformarse.
Total que nuestro cantante, terminó con sus canciones y abandonó el lugar sin duda alguna para irse a buscar otro bar donde cantar para que le dieran algunas monedas más.
La noche transcurría serenamente cuando un músico de esos que canta primero y pasa la gorra después se puso casi al lado nuestro. Venía de la calle con un tremendo poncho y un chullo que, a nuestro parecer, solo podía provenir del Perú.
Acto seguido el individuo este nos miró atentamente a Julio Ramón y a mí y se arrancó con un guitarreo y entonó nada más y nada menos que El cóndor pasa. Y así, entre las habituales palmas se sacó el chullo y empezó a pasarlo entre un público que debía ponerle algunas monedas. Y cuando se acercó a Julio Ramón y a mí este último me dijo:
—Alfredo, por favor, préstame unas monedas para nuestro compatriota.
—No puedo, viejo, con las mías basta. Son muy pocas, pero a este cantante no le queda más remedio que conformarse.
Total que nuestro cantante, terminó con sus canciones y abandonó el lugar sin duda alguna para irse a buscar otro bar donde cantar para que le dieran algunas monedas más.
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Pues mil años después, el guitarrista Alan García Pérez, el hombre del chullo, el poncho y la guitarra llegó a ser presidente del Perú y a mucho mérito. Yo andaba entonces de visita en Lima y Alan García Pérez había empezado con un turbulento y enloquecido mandato presidencial que ha pasado como un ejemplo de pésimo gobierno en la historia del Perú contemporáneo, y para mayor honra y mérito entre otras mil cosas, había empezado con unos acontecimientos públicos llamados CICLA, entre los que no se limitaba a invitar a nadie que no fuera famoso por su música, literatura y arte en general. Pero desde entonces el desorden de los famosos CICLAS era total y daba la peor imagen del Perú. Disparates hubo, y mil, como la invitación a Gabriel García Márquez para condecorarlo con la Orden del Sol, suprema distinción que el Perú otorga a los artistas, intelectuales y escritores. Por supuesto que la Orden del Sol debía ser entregada a Gabriel García Márquez, quien pocos días antes ya había declinado tal honor. Y como Mario Vargas Llosa y el presidente García Pérez no tenían una buena relación, no tuvo mejor idea que darle la Orden del Sol a Julio Ramón Ribeyro. Conocida es la historia según la cual Julio Ramón, que nada sabía de estos intríngulis, se encontró con que había sido galardonado por el gobierno del presidente García Pérez.
Ya después de todo esto Julio Ramón, eterno flaco, me contó que casi lo habían dejado entre la vida y la muerte con el imperdible de aquella condecoración de mierda, que le habían clavado en el pecho, casi mortalmente.
—¿Y tú, Alfredo? —me preguntó Julio Ramón—, qué haces por aquí. Sin duda, algo vienes a hacer en Lima.
—No solo no tengo nada que hacer, sino que ni siquiera he sido invitado al dichoso CICLA, un evento en el que muchos de los invitados no saben qué hacer y ni siquiera imaginan qué diablos quiere decir esa fanfarria.
—Alfredo, ¿tú te acuerdas de la noche aquella en Pigalle, mucho antes de que García Pérez soñara con ser presidente y llevaba puestos un poncho y un chullo?
—Recuerdo perfectamente cuando empezó a pasar el chullo en busca de unas monedas. Yo le di algunas por los dos en vista de que tú andabas sin un cobre esa noche. Como puedes imaginar, yo no entiendo por qué García Pérez me odia tanto.
—Te odia viejo. Le hiciste un favor y te odia. Minutos después, mientras Julio Ramón y yo dábamos cuenta de un buen par de pisco sours en el Club de la Unión, él recordó una vez más la historia del cicla y del por qué Alan García Pérez me había borrado sin duda de la lista de invitados.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—Pues porque le diste un par de monedas aquella noche en que cantó El cóndor pasa.
—¿Tú crees que a eso se deba todo?
—Por supuesto, viejo. Alan García Pérez se sintió humillado por la propina que le dio un compatriota, sobre todo, y como alguna vez leí en un libro, uno no sabe el odio tan inmenso que puede sentir una persona a la que se le ha hecho algún favor. Es la historia de un resentimiento y nada más.
«Piedad, piedad, para el que sufre, piedad, piedad para el que llora», recordé que decía la letra de una canción de mi infancia, carajo.
Ya después de todo esto Julio Ramón, eterno flaco, me contó que casi lo habían dejado entre la vida y la muerte con el imperdible de aquella condecoración de mierda, que le habían clavado en el pecho, casi mortalmente.
—¿Y tú, Alfredo? —me preguntó Julio Ramón—, qué haces por aquí. Sin duda, algo vienes a hacer en Lima.
—No solo no tengo nada que hacer, sino que ni siquiera he sido invitado al dichoso CICLA, un evento en el que muchos de los invitados no saben qué hacer y ni siquiera imaginan qué diablos quiere decir esa fanfarria.
—Alfredo, ¿tú te acuerdas de la noche aquella en Pigalle, mucho antes de que García Pérez soñara con ser presidente y llevaba puestos un poncho y un chullo?
—Recuerdo perfectamente cuando empezó a pasar el chullo en busca de unas monedas. Yo le di algunas por los dos en vista de que tú andabas sin un cobre esa noche. Como puedes imaginar, yo no entiendo por qué García Pérez me odia tanto.
—Te odia viejo. Le hiciste un favor y te odia. Minutos después, mientras Julio Ramón y yo dábamos cuenta de un buen par de pisco sours en el Club de la Unión, él recordó una vez más la historia del cicla y del por qué Alan García Pérez me había borrado sin duda de la lista de invitados.
—¿Por qué? —pregunté yo.
—Pues porque le diste un par de monedas aquella noche en que cantó El cóndor pasa.
—¿Tú crees que a eso se deba todo?
—Por supuesto, viejo. Alan García Pérez se sintió humillado por la propina que le dio un compatriota, sobre todo, y como alguna vez leí en un libro, uno no sabe el odio tan inmenso que puede sentir una persona a la que se le ha hecho algún favor. Es la historia de un resentimiento y nada más.
«Piedad, piedad, para el que sufre, piedad, piedad para el que llora», recordé que decía la letra de una canción de mi infancia, carajo.
DATO
Esta trilogía se inició con Permiso para vivir – Antimemorias 1 (1993) y continuó con Permiso para sentir – Antimemorias 2 (2005). Ambas están en la FIL.
EL AUTOR
Alfredo Bryce
Echenique
Lima, 1939. Ha merecido importantes distinciones como el Premio Nacional de Narrativa de España (1997), el Premio Grinzane Cavour (2002), el Premio Planeta de Novela (2003), entre otros.
Echenique
Lima, 1939. Ha merecido importantes distinciones como el Premio Nacional de Narrativa de España (1997), el Premio Grinzane Cavour (2002), el Premio Planeta de Novela (2003), entre otros.
LA OBRA
Alfredo Bryce Echenique
Peisa
218 pp.
Está en la Feria Internacional del Libro de Lima (Parque de los Próceres Jesús María), que va hasta el 4 de agosto.
Peisa
218 pp.
Está en la Feria Internacional del Libro de Lima (Parque de los Próceres Jesús María), que va hasta el 4 de agosto.
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